sábado, 12 de junio de 2010

Trece


Sixto Solar tenía un solo amigo, y su nombre era Enrique, se veían muy de vez en cuando, porque Enrique no vivía por allí, y cuando pasaba ocasionalmente tampoco tenía muchas ganas de visitarlo. Pero en aquella oportunidad hizo una excepción, tenía unos textos que quería compartir con él, para saber su opinión. A pesar de todo Sixto no dejaba de ser una visión particular sobre cualquier cosa, claro que lograr que lea el texto y se interese en el parecía una proeza, incluso para Enrique, su único amigo.
Llegó con una botella de Whisky, sabiendo que Sixto no bebía era un excelente regalo para él. Entró sin golpear al patio y para sorpresa suya se encontró con Matilde colgando las medias de Sixto para que se sequen al sol en una rama del árbol. Lo primero que hizo, y ya se hace una mala costumbre esto, como si las primeras cosas que las personas hicieran fuesen particularmente relevantes, fue sacarse el sombrero ante la belleza. Ella lo saludó con una sonrisa y le preguntó si podía ayudarle en algo, cuando Enrique contestó que estaba buscando a Sixto, que era un amigo suyo de muchos años, ella estalló de alegría, lo recibió como si fuera un rey, le tomó el sombrero y lo acompañó del brazo diciendole lo bienvenido que era, a Enrique aquella escena le pareció imposible, tanto es así que preguntó si realmente esa era la dirección de Sixto Solar.
Sixto estaba allí sentado, a penas levantó la vista de unos papeles que estaba leyendo sobre los óptimos alcanzados en curvas descendentes de productividad agropecuaria. Que hacés acá? Ha, entonces lo conocés, y como se te ocurre tratarlo así, si te molesta echalo, si te es indiferente no le contestes y seguí leyendo, pero el desprecio es inaceptable, sobre todo con una persona que dice ser amigo tuyo. Sixto Solar negó con la cabeza indignado por esa mujer despiadada, Enrique se quedó mirándola, desconociéndose. Venga, siéntese aquí, quiere que le sirva ese whisky que tiene ahí en el brazo, este no bebe, pero yo soy una excelente bebedora, si él quiere nos acompañaría con uno de esos cigarros que fuma cuando el libro que lee es suficientemente malo. Enrique miró el cenicero, miró el título del libro y como no vio ningún cigarro de ningún tipo tuvo que preguntar, ¿Qué puede ser peor que eso que está leyendo? Ahí vamos otra vez, se anticipó Matilde. En serio lo querés saber Enrique? Claro. Sixto Solar dejó los papeles que estaba leyendo suavemente sobre la mesa, se paró orgulloso, fue hasta la habitación, metió la mano debajo de la cama y tiró sobre la mesa, pesadamente, para que haga ruido y polvo, una guía telefónica del año 81, voy por la letra D, afirmó y ya que Ustedes van a beber yo voy a fumar y leer. Enrique recordó porque quería tanto a aquel pescador. Pero tuvo que interrumpirlo, esperá, antes quiero que leas unos papeles que tengo acá, es una historia buena, pero mi editor dice que no sirve porque no vende nada. No se qué hacer, me tenés que ayudar, estoy desesperado y quebrado, la última plata que tuve la gasté en venir hasta acá con este whisky, sos la única persona que me puede ayudar. En ese momento Matilde lo comprendió todo en un solo segundo. Sixto no la miró, pero se supo desnudo. Tomó los papeles y comenzó a leer, mientras tanto Matilde y Enrique se pusieron a beber.
El manuscrito estaba en pésimo estado, pero legible. Contaba la historia de una mujer que tuvo tres intentos fallidos de suicidio, y que cansada de fracasar, incluso en la tarea de matarse, pone un aviso en el diario pidiendo hombres que sufran por ella a cambio de sexo. A Sixto le llamó la atención el aviso de la mujer, buscó sufrimiento sanguíneo. Como de costumbre los hombres no estaban a la altura de las circunstancias, pero como ella no quería tener sexo con ellos, solamente quería sentir que tenía el poder de rechazar hombres, y quería verlos sufrir y llorar por ella, las situaciones se sucedieron entre escándalos en la vía pública y papelones varios. El relato de los acontecimientos era bueno, hasta que llegó el tipo este que en el texto sufre de verdad por ella, que la persigue como un psicótico, ella se enamora de él, y ahí, para Sixto, la novela se muere. El psicótico debería perseguirla y ella debería ser perversa, hasta culminar en una tragedia. Pero el libro se concentraba en una historia de amor en la que las personas terminaban felices.
Cuando Sixto terminó de leer Matilde y Enrique estaban borrachos. Ella fue la que se dio cuenta de que había terminado de leer, Enrique estaba enamorado de las piernas de Matilde, y de su manera de hablarle, así que se había olvidado del texto y de Sixto y del resto del mundo por fuera de esa mujer. Que hará ella con Sixto se preguntó, y volvió a prestar atención a lo que estaba pasando allí. Sixto fue muy sincero, tu editor rechazó los papeles porque es un tipo de oficina sin hambre, vio las hojas todas sucias, rotas, con manchas de valla a saber qué y te dijo que no sin leerlas, para sacarte de encima, seguramente hasta le debes plata. Y era cierto. La historia no es buena, si ella fuera perversa y él un psicótico, y él la persigue y ella se niega y no pueden salir de ese esquema hasta que la tragedia ocurre entonces sería una buena historia, pero así como está es una novela solamente para vender libros. Enrique, lejos de enojarse, se puso feliz al saber que su editor era un idiota. Y qué hago? No tengo quien la edite. Por primera vez Sixto Solar comprendió la utilidad de Matilde, y para que había llegado ella hasta él. Sixto fue a buscar otra vez a su habitación, sacó un fajo de billetes que Matilde no sabía que existía, los contó y se los dio a Matilde. Tomá, que él no toque ni un centavo, vos ocupate de que venda muchos libros, que te muestre los lugares que él conoce, las imprentas, le haces dos mil ejemplares, y después los dejas todos juntos en la esquina de nueve de Julio y Santa fe, uno encima del otro.
Matilde lo miró con ganas de hacerle el amor delante de Enrique, tomó el dinero y lo guardó, primero vamos a terminar la botella y después nos vamos para Argentina.

En cuanto subieron al Micro, y dado que obviamente Sixto no fue a despedirlos es relevante el hecho de que Matilde eligiese ese momento para hablar con Enrique, la conversación apareció en toda su magnitud, directa y concisa, de frente y con todas las letras. Matilde le dijo a Enrique, mirá, voy a ser muy clara con tigo sobre una situación, yo elegí estar con Sixto, y soy una mujer libre, eso quiere decir que no hay nada que tu puedas hacer o decir para violentar mi libertad, incluso la violencia no te serviría, pero eso me gustaría que lo intentes si es que eres de esos tipos, por lo demás ningúna de tus palabras, ni nada de lo que puedas llegar a hacer puede lograr que yo cambie una decisión a la que le he puesto mi vida. Desde ese punto de vista te propongo que intentes, si es que he lido bien tus ojos, seducir mi alma, pero que ni intentes acercarte a mi cuerpo o a mi corazón, porque quiero disfrutar de este viaje. Para hacer más económico este asunto vamos a compartir habitación, puedes mirarme todo lo que quieras, hasta puedes espiarme si eso te hace feliz, pero no puedes insinuarte de ninguna manera, ni pretender nada, y si no puedes evitarlo, si es más fuerte que tú, entonces habla con migo, y yo te partiré el corazón como nunca te lo han partido en tu vida, si eres de esos entonces me caerás bien. Pero como te veo eres de los que prefieren hablar mucho, espiar un poco, y masturbarse para fantasear después. Entonces, lo que te propongo, para hacer este viaje más ameno, es que me cuentes alguna historia, y si quieres mantener mi atención, mejor que sea buena, porque si no es así me quedaré dormida y todo el viaje transcurrirá en la monotonía y la profesionalidad de quien hace lo que tiene que hacer. Pero si por algún motivo, lo que tú me cuentas, si te decides a hablar, logra conmoverme o darme algo que yo no sepa, entonces todo puede pasar. Excepto lo que ya te he dicho que no pasará bajo ninguna circunstancia. He sido clara?
Enrique escuchó cada palabra. Estas mujeres no existen, se lo repetía una y otra vez. A alguien así no vale la pena mentirle. Y decidió contarle una historia. Una vez conocí a un boxeador, era un hombre que me confesó haber pegado trompadas y sentir el dolor del otro en el alma. Y Enrique se dio media vuelta y hecho ha dormir. Aquello había sido como devolver las cosas a su lugar, no podía permitirle a esa mujer que tome el control de la situación así como así. En la cabeza de Matilde los puntos de atención fueron moviéndose, primero pensó en la persona, como es regular, aquella respuesta le daba la pauta de que había comprendido perfectamente lo que estaban haciendo mientras solucionaban el problema del libro, eso hablaba bien de él. Lo mostraba capaz de notar lo que Matilde hacía con las palabras e incluso de responder, y la respuesta fue breve, pero suficiente. Aquello implicaba todo un tema amplísimo, presentado de la manera correcta, abiertamente, para que Matilde lo recorra por donde guste y si no quería recorrerlo y quería pasar a otra cosa también podía hacerlo, no era prepotente como una conversación, que implica líneas de pensamientos y puntos de atención preconcebidos. El problema era que Matilde pensaba en él y no en el boxeador, aquellos temas los tenía suficientemente resueltos. Todo lo que existe es lo mismo, no lo sabemos, pero a veces, para darle una explicación a alguien, esas cosas pasan, y aquello que sucede desde allí para acá circula de lengua en lengua. Así estaban las cosas desde hacia un tiempo, y las personas como Matilde, incapaces de permitir que todo lo que ocurra venga de afuera, se tomaron muy a pecho todo esto y comenzaron a hacer suceder, planteando el concepto de situación. Este hombre habló de lo que hacemos. Es un degenerado, si alguien llegase a pronunciarlo dejaría de existir. También Matilde se echó a dormir.
En cuanto llegaron a destino, fueron incontables horas en micro, bajar en un lugar, sacar pasajes, ir a alguna posada barata, comer, hablar sobre cualquier cosa, dormir un poco, bañarse Matilde, contenerse Enrique, cambiarse dentro del baño, salir hermosa pero vestida, descansar un rato, no hablar al respecto, y estar en la terminal suficientemente temprano como para no ser puntuales ni perder el micro. Estando en el segundo micro camino a Buenos Aires Enrique se puso a leer y Matilde se puso a dormir. A pesar de eso estaban hablando, Matilde estaba sugiriendo que lo que Enrique le había dicho no le alcanzaba, no lo estaba haciendo en forma calculadora, simplemente el resultado de aquella frase había planteado un distancia necesaria, un encierro en el silencio. Matilde no lo notó, simplemente no tenía ganas de hablar. Pero para Enrique aquello implicaba dos cosas, o el silencio estaba existiendo como suceso previo a algún estallido, o ella se había quedado allí. Lo segundo le preocupaba, necesitaba a esa mujer alegre y poderosa, la necesitaba para que lo del libro salga. No la conocía lo suficiente como para decidirlo, por lo general las mujeres son así, pueden morirse de un segundo al otro y hasta no renacer jamás, pero a él le gustaba la idea de que Matilde fuese de esas mujeres que no existen, esa idea de que, de tanto en tanto, a parecen seres humanos extraordinarios que son capaces de hacer cualquier cosa. Desde allí pensó en el libro, pero aquello le pareció pequeño, y luego notó que ya no tenía siquiera cigarrillos, entonces lo del libro le pareció importante otra vez. En ese momento sonrió, es increíble como la plata nos dice hasta en que podemos pensar, este mundo nos va a destruir a todos si seguimos así.
Cuando llegaron a Buenos Aires, como si fuese una niña de cuatro años, Matilde renació en un solo segundo, lo mandó a Enrique a que busque los bolsos y volvió con dos bebidas y salchichas, miraba todo con ojos de novedad. Cuando terminaron de comer Enrique tuvo que pedirle que le compre cigarrillos, y para su sorpresa Matilde le dijo que no. Te quiero desesperado. Eso es lo mejor. Cuando comenzaron a caminar Matilde iba repleta, y enrique tocándose la cara muy seguido, metiéndose las manos en los bolsillos, mirando a toda la gente como si notasen que su ropa estaba demasiado sucia. Cuando estaban a punto de cruzar la calle un niño se les acercó, tenía unos doce años, iba a ponerle cara de pobre a Matilde para pedirle una moneda, pero Enrique lo cruzó en el camino y le dijo, vos, dame una moneda. El niño se rió, no tengo le dijo, y se volvió a reír, por favor necesito comprar cigarrillos, estoy desesperado, dame una moneda, si Ustedes tienen, están llenos de monedas, son millonarios casi, el niño se rió, le dio diez centavos y salió corriendo, después de dar un par de pasos, se dio vuelta, Enrique estaba todavía mirando la moneda de diez centavos y pensando que ni un cigarrillo suelto compraba con eso, pero que si buscaba en sus bolsillos quizás algo podría encontrar, y el niño a un par de metros de distancia le gritó, viejo puto, y lo saludo con la mano, como si estuviese contento. Enrique le contestó a los gritos, no me alcanza, estirando el cuello para verlo, y el niño, antes de salir corriendo le devolvió, jodete. A todo esto Matilde estaba feliz de haberse encontrado con Buenos Aires.
Viste, aquí es otra cosa, el movimiento, la cantidad de gente, lo que puede pasar, esto es hermoso. Henrique y Matilde volvieron a hablar sin parar, sin decirse nada importante, pero hablando de todo. Enrique la llevó con unos amigos, tuvieron que copiar letra por letra el texto a digital, y después de ahí se fueron para la imprenta, allí Matilde entró como si el mundo entero fuese suyo, habló con un tipo que no dejó de decirle a todo que si, ella le preguntó cuánto le salía hacer esa cantidad de libros en ese tiempo, él le hizo un número demasiado bajo en tiempo y plata, ella le puso todos los billetes sobre la mesa, le sonrió y le dijo corra, que estamos apurados. A los cuatro días los libros estaban en la esquina y Matilde en la casa de Sixto. Si aquello le sirvió o no a Enrique a nadie le importa.

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