martes, 15 de junio de 2010

Nueve


Ariel despertó con angustia en la garganta. Otra vez esos sueños extraños. Estaban en una de esas veredas sin nombre, él estaba de la mano con una mujer, y ella que le dice de correr hasta la esquina. Él le había dejado una ventaja de varios metros, pero en cuento empezó a correr no solo la alcanzó, sino que además le sacó como treinta pasos de ventaja. Cuando ella llegó a la esquina le preguntó, y tu sabes volar? Y ambos salieron volando de aquella esquina, usando algo que estaba en su pecho, una energía que conectaba todo lo existente, sobre el mundo en movimiento. Sin saber usaban sus manos, para evitar caerse, aleteando como si fueran pájaros, pero así y todo perdían altura, y volvían a usar su alma, para volar por fuera de sus cuerpos, para soñar que estaban juntos en los cielos. Llegó un momento en el que encontraron una reja, y de repente era ya de noche. Aunque lo intentaron no pudieron pasarle por encima, terminaron los dos agarrados con sus manos, tratando de treparla, de no caerse. Había personas ahí abajo, que les jalaban los pies, podía ser que estuvieran tratando de tirarlos, aunque podían estar pidiéndoles que se queden.
Pero ellos saltaron la reja, fue la intención y el peligro, y ya estaban allí, del otro lado. Era una pradera verde, y en el medio había una casa abandonada. Ella le preguntaba si sabía que era eso, y él podía mirar por dentro de la casa, pero no entraba, era un mirar con la existencia, la recorrió y le explicó, le decía que estaba vacía pero tenía muebles de madera, paredes de madera, y algunos gusanos y ratas dando vueltas por ahí. Ella le preguntó si sabía porque aquella casa estaba dominada por algo extraño, y él le contestó que tenía que preguntarle a aquel anciano que estaba a punto de aparecer. En ese momento, por detrás de la casa, había un caballero, adulto mayor, que tenía sobre su brazo, a una mujer un poco más vieja que él. Ella parecía pequeña, enrollada sobre su brazo, cuando vio que los estaban mirando ocultó su cabeza con una sábana y desapareció, aunque seguía estando allí Ariel no podía percibirla. Le preguntó al viejo que pasaba con aquella casa, y él le respondió que para los que creían nada, pero que para los que no sabían allí podía pasar cualquier cosa. Aquello era una prueba, si tú pudiste entrar es porque crees, y sabes que nada malo puede pasarte, pero si entras con dudas recibirás dudas. No tengo dudas ahora, le contestó, he venido volando hasta aquí. Sí, hay algunos que así llegan, viajan por los sueños, más adelante tendrás que llegar con tu cuerpo hasta aquí, y entonces veremos si tienes tanta seguridad como ahora, si estás aquí, hablando con migo, es porque algo tienes que enfrentar.
Así despertó Ariel, ya no queriendo estar en su cuerpo, deseando vivir en ese mundo de sueños. Pensó en la mujer que estaba con él, ella no era la mujer que él quería, era una que había querido hace mucho, y según imaginó ella le había contado, en aquel entonces, que tuvo un sueño idéntico al que él hubo de tener antes de despertar. Pero él ya no estaba con ella y en lugar de llamarla y preguntar se quedó encerrado, es que nunca entendió como funcionaban esos teléfonos, esas cartas sin papel, que siempre llegan en el momento correcto, deslizándose por pasillos misteriosos y sabios. Recordaba miles de películas en las cuales un mensaje viajaba por tubos de plástico que daban vueltas sobre sí, recorriendo para arriba y para los costados distancias irreconocibles hasta llegar, de una forma tan definitiva como inevitable, exactamente a donde tenían que estar. En esos momentos se preguntaba cuantas personas habrán querido decir lo mismo, con palabras e imágenes, con canciones y dramas, cuantos intentos por explicar lo inconmensurable, aquello que nos empieza a pasar cuando más lo necesitamos, esa conexión con una realidad que duerme detrás del mundo, y que algo ha tratado decir, algo que no hemos podido descifrar, por lo menos no hasta ahora.
Ariel se bañó y cambió inmediatamente. Llamó a Matilde al teléfono de Sixto, y atendió él. Quien habla? Ariel, busco a Matilde. Ella no está, y yo nunca le di este número de teléfono, cómo es que Usted tiene este número?. No lo sé, ella no me lo dijo, pero yo lo tengo anotado aquí, en mi agenda, dice Matilde, y yo llamo y me comunico con el teléfono en el que ella está, no sé muy bien cómo funciona, pero así como parece las cosas no tienen mucho sentido, excepto por el hecho de que Usted me está atendiendo en este momento, lo cual a mí me da mucha tranquilidad, una tranquilidad inmensa, gracias, muchas gracias, no sabe cúanto se lo agradezco.
Sixto Solar se quedó mirando el teléfono extrañado de aquello, no por lo de la agenda, sino por la forma desesperada en la que este tipo le agradecía, no había motivos para semejante teatro. Por su puesto le cortó sin siquiera recordar quién era. El teléfono siguió sonando, sin parar, pero para Sixto eso no implicaba molestia alguna. A los pocos segundos Ariel apareció y golpeó la puerta de la casa de Sixto, esté se paró y fue a abrir, y Ariel lo abrazó, gracias, gracias, no sabe Usted lo que le agradezco, es Usted un santo, gracias, no se imagina lo que Usted ha hecho por mí.
Bueno, calmate pibe. Buscás a Matilde? Si, yo la llame recién, y Usted me dijo que no estaba, pero igual necesitaría hablar con alguien, y si no le molesta, ya que vine hasta aquí. Sí, me molesta. Y Sixto se fue a sentar, continuaba estando allí, lamentando muchísimo haber obteniendo tantos peces, la próxima vez, cuando estuviese en el mar, sacaría lo mínimo indispensable para volver a pescar en el menor tiempo posible.
Es que la vida, insistió Ariel, se constituye sobre la muerte. Y es aquí donde vamos a tener un inmenso problema, Usted no pesca más de lo que puede comer, no es un asesino, pero lo que Usted se calla, lo que no habla, lo que no nos quiere decir, eso me está matando, y encima Matilde se ha enamorado de Usted, comprende lo que eso implica? Todas estas cosas que están pasando, sin lugar a dudas, nos hablan de algo que puede ocurrir. Mirá, y Sixto Solar le sirvió una taza de té pero lo dejó parado allí, en la puerta de la casa, sin invitarlo a pasar. Aquí existen infinidad de cosas. Existen los libros y los peces, existo yo y existe Usted, pero también existe la posibilidad de leer la propia historia por fuera de sí, esto es como saber que lo que nos pasa nos está sucediendo, haciendo existir, y esto es entregar los acontecimientos al devenir de los tiempos. Si Usted está aquí es porque eso tiene que hacer, seguramente notará que el hecho de que tenga una tasa de té pero no se siente en la mesa es un detalle hermoso, eso me lo quedo para mí, lo he hecho yo, pero nada de lo que le estoy diciendo me pertenece, todo lo que es hablado, cuando implicamos la existencia, puede decirse que es entregado, es aquello que solo en algunos momentos es sabido, solo cuando alguna persona acepta participar, cuando lo necesita, cuando no puede evitarlo, es decir que ni siquiera somos dueños de decidir cuando nos pasa. Simplemente disfrútelo, no ocurre muy a menudo, y ahora le está pasando a Usted, que Usted está aquí, cuando en realidad es imposible que Usted esté aquí. Así que Usted, en definitiva, no está aquí, es simplemente que esto todavía no paso, y cuando pase Usted no podrá llamarme, ni podrá venir a visitarme, y yo voy a estar sólo aquí, sabiendo que algo está pasando, pero sin saber que es aquello que está pasando, porque lo que va a estar pasando está pasando ahora, pero ahora no somos consientes de lo que implica lo que está pasando, porque nada nos falta, pero allá, donde existe lo imposible, esto sería la posibilidad de comprenderlo todo.
Ariel lo miró, lo estudió con la mirada, se tomo el té, y soltó la pregunta que no debe ser pronunciada. Donde quede estar acá? Y todo regresó a su lugar.

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