jueves, 10 de junio de 2010

Quince


Solo a veces, las cosas eran diferentes. Por ejemplo aquella noche. Sixto estaba sentado afuera, haciendo que miraba la luna, fumando uno de esos cigarrillos de marihuana que a veces le gustaban, con la espalda apoyada en un árbol, viajando por su cuerpo, sin pensamientos. Mientras tanto, dentro de la casa, estaba Matilde, preparando una carta que había escrito con cuatrocientas copias para ser repartidas a todos los vecinos informándoles el hecho lamentable de que todos morirán, e informándoles también, el hecho aun más lamentable, de tener que enfrentar antes la vejez, y diciéndoles también, aun más lamentable por cierto, que antes de que todo eso ocurra primero tendrían que encontrarse con la noche que llegará al final de este día y ser capaces de conciliar el sueño, aun sabiendo que la inmensa noche que los mira por la ventana podría ser la vejez y la muerte, servidas como un vaso de vino para un solo trago. Ella disfrutó mucho aquella idea, pero cuando lo vio allí a Sixto y recordó lo que la carta decía tuvo en su garganta un nudo, y en su corazón un poco de angustia.
Matilde salió y se sentó junto a él, acompañándolo en silencio. Sixto le ofreció de fumar, pero Matilde no aceptó, en lugar de eso apoyó su cabeza en el hombro de Sixto y fue feliz y plena por ese instante. Acto seguido Sixto comenzó a hablarle de sí, cosa que nunca hacía.
Mi problema es que nunca aprendí a hablar, sabes tú la carga que implica saber que algo puede ser dicho y no saber cómo explicarlo? Nunca supe cómo hablar con las personas que tenía a mi lado, es que hay cosas que nosotros no podemos dar. No se le puede imponer a la otra persona la necesidad de aprender, aunque el otro esté pasando por el agujero más grande y tú sepas que existe la salida y le digas donde queda esas cosas no las puedes explicar, porque la otra persona no lo puede obtener de ti, sino de su propia vida. Lo mucho que se puede hacer es acompañar, estar allí, pero no mucho más. Se puede dar algo, y depende ya del otro que haga con eso. De hecho, y esto es lo más peligroso de todo, lo que tendríamos que hacer es indicarles a las personas que tienen que ir hasta ese agujero, porque no es lo mismo si uno se cae allí que si se mete, y transitar por la planicie una vida entera nos estanca, esa es una gran diferencia, por lo menos a la hora de ver como se sale y con que se sale. Pero claro, si tú no sabes hablar, y encima lo único que puedes hacer es decirle a alguien que lo que tiene no vale nada, y eso solamente para que encuentre algo más, sin siquiera saber si eso es necesario, entonces caes en la cuenta de que lo único que podemos hacer por el otro es destruirlo. Eso es terrible. Lo único que podemos hacer por nosotros mismos es destruirnos. Y desde allí volver a nacer. Y una vez que eso está hecho? Quien pudiera tener la capacidad de volver a hacerlo… Somos tan necios que la humildad para volver a intentarlo se marchita y muere en un abrir y cerrar de ojos. Te das cuenta de lo que te digo? A ti por ejemplo, quién sabe que puedas obtener de estas palabras, quién sabe siquiera si eran para ti, las escuchas porque soy yo quien las pronuncia, y tú me quieres, entonces por el hecho de quererme tu te estás exponiendo a escuchar lo que yo pueda decir. Haces mal en querer a alguien que no sabe hablar, es ese el peor error de todos. Porque si no supiese siquiera que hablar es posible sería otra cosa, haría ruido con la boca, sin pronunciar nada, pero sabiendo que se puede hablar, pero haciéndolo mal, lo único que hago es lograr que el tiempo se pierda en mí, se desencuentre, y quien soy yo para romper el equilibrio del tiempo? Lewis Carroll dijo que el tiempo es muy suyo para perderse, lo que él no sabía es que el tiempo a veces intenta viajar por las personas para explicarse, es allí donde el tiempo se pierde, por nuestra ignorancia. Por ejemplo, piensa que todo aquello que yo pronuncié, aunque este mal dicho y tú lo escuches, en última instancia, aunque te deje lejos, te da la consideración de que estás en algún lado, y si pienso así cualquier cosa puede ser dicha, y si no pienso así entonces no debería hablar hasta que ocurra lo imposible. Pero si lo piensas de otra manera todas las personas necesitan ser escuchadas, y todas las personas necesitan compartir sus dudas, y ese es el derecho a la palabra, pero en mi caso, es que yo Matilde, estoy maldito. Jamás podré hablarte de mis dudas, solamente puedo hablar de lo que ya no existe, de lo que yo he sido, pero jamás de lo que soy. Te das cuenta? Tú, en este momento, a pesar de que crees que estás conociendo algo de mí solamente estás viajando en el tiempo, estás hablando con alguien que ya no está aquí, estás hablando con los muertos. Dime si aquello no es triste.
Matilde escuchó atentamente, y cuando Sixto terminó le dijo algo que él ya sabía, incluso algo que él comprendía, pero que todavía no practicaba, todavía él no era eso. Lo que Matilde le dijo fue lo siguiente. Mientras tú hablas haces que estemos aquí, para que yo sepa tu sufres. Tú podrías hablar y estar desde la paz, pero eso no es para ti, nunca lo elegiste, porque las personas a tu alrededor entienden de dolor, y entonces tú tienes que hablar desde el dolor. Lo que nunca tienes que perder de vista es el instante que creas, lo que haces existir. Y le beso la mejilla. Estuvo a punto de decirle que lo amaba, pero decidió pensarlo, para que supiese que era de verdad.
Sixto Solar abrazó a Matilde, para no usar las palabras, siempre incapaces de decir sentimientos. Se quedaron allí toda la noche, ella se durmió, y él le dijo yo también, mientras dormía.

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