viernes, 18 de junio de 2010

Seis


Cuando Matilde tuvo que subir los tres pisos en escalera hasta su departamento decidió que quería mudarse. Primero pensó en que el ascensor podía romperse muchas veces más, entonces llegó a la conclusión de que lo mejor, para ese tipo de edificios pobres en los que las cosas tardan mucho en ser reparadas, era mudarse al piso trece. Seguramente habría allí una vista hermosa, y alguna persona que no esté interesada en destruir esa idea de que el tiempo no puede ser desperdiciado subiendo una escalera. En cuanto llegó a su casa se desnudó y se puso a escuchar música en esos volúmenes que a todos molestaban, en seguida pensó que si saboteaba la reparación del ascensor tendría aquel piso trece solo para ella, y podría bailar desnuda en los pasillos. Conociéndola a Matilde no tengo ninguna duda al respecto, seguramente pensó en ir a las reuniones de consorcio durante tres meses seguidos sin decir una sola palabra, y cuando aquello fuera notado, recién en la cuarta reunión, decir algo que no aportase nada a la conversación, que fuese algo así como el resultado de lo que ya se ha dicho, sin que esto implique una modificación de algo, o algo importante desde ningún punto de vista. Para cuando la reunión este por terminar, levantaría la mano tímidamente, y pediría, con vos tenue, permiso para bailar desnuda en el piso trece.
Así como eran las personas del edificio de Matilde, nunca sabremos que le hubieran contestado, la cuestión fue que ella no se animó a decirlo, y las costumbres siempre funcionarán como barrera para la falta de ropa, para los bailes sin público, y para las reuniones de consorcio. Así fue como optó por lo más lógico, como suele pasarle a nuestras vidas, y fue para el piso trece, golpeó cada una de las puertas, habló con cada uno de los dueños o dueñas de los departamentos y les dijo, sin cambiar una sola palabra en su discurso, sin modificar ni en un grado en el volumen en el que esto era pronunciado, lo siguiente.
Hola, mi nombre es Matilde, como el ascensor se rompió es muy probable que se vuelva a romper quería preguntarle si no quería Usted mudarse al piso tres. A mí me encanta subir por las escaleras, y también me encantaría vivir en su departamento, por eso le ofrezco mudarse para mi casa, por lo menos mientras el ascensor esté roto, así Usted no tiene que estar subiendo las escaleras. Sé que tiene una vista muy hermosa pero le puedo asegurar que se va a acostumbrar a vivir en mi casa, es muy bonita y tengo una ventana por la que puede mirar la calle de costado y hablar con la vecina de enfrente. Probablemente, si me gusta su casa, tenga que sabotear la reparación del ascensor, pero todavía no sé si voy a tener el coraje para hacerlo, en cualquier caso Usted puede quedarse por el tiempo que quiera. Si le parece nos encontramos a las once de la noche en la puerta de mi casa. Tenga sus valijas hechas con su ropa y esas cosas. Que me dice?
El caballero del departamento A, mientras escuchaba el monólogo pronunciado casi sin respiraciones en el medio, le dijo que ella era muy amable, mirándole el escote exageradamente, y que no tenía ningún problema en aceptar el intercambio, mientras no tuviese las paredes pintadas de algún color extraño, como el naranja, pero se interesó mucho en prevenir el delito del sabotaje y le dio un discurso sobre los gastos comunes y los gastos extraordinarios y el edificio como un bien que todos tenían que cuidar, pero como Matilde le sonreía, el caballero optó por pensar que aquello era una especie de broma que condimentaba el amable pedido de la Sta. Matilde. No le llamó la atención en lo más mínimo aquella situación, es que estaba acostumbrado, por los rumores que corrían sobre ella, a esperar cualquier cosa de la belleza del edificio.
En el departamento B la atendió la mujer de don Feliciano, frente a ella no le sirvieron los encantos y el escote, pero la anciana señora, después de hacer un inmenso esfuerzo por comprender aquello que había sido vomitado dijo que si, por las várices, por la piernas, por la artritis, y sobre todo por su esposo, que ya estaba muy cansado y viejo para comprender los tiempos de los edificios.
En el departamento C, la mujer que allí vivía, una tal Daniela, tenía muy malas referencias de Matilde, pero ante aquella oportunidad de no tener que subir las escaleras aunque sea por un día, la mujer empezó a decirle que ella no creía en todas esas cosas que se decían por los pasillos, que ella era una persona muy ocupada como para estar pendiente de los conventillos y que estaba muy contenta de poder conocérsela, así, hablando cara a cara, viendo de que está hecho cada uno. Eso sí, lo del ascensor, ni se moleste, con lo mal que se hacen las cosas aquí van a tener que repararlo como cinco veces antes de que esté listo, lo del sabotaje no hace falta cuando la incompetencia abunda. Bueno, igual espero que eso no afecte su generosa oferta, verdad que no? Pero claro, si Usted es un angelito, mire esos ojitos que tiene mi niña, bueno, déjeme que voy a preparar mis cosas, esto es hasta emocionante, siempre me gustó la idea de mudarme, me parece muy bonito lo que Usted hace.
El caballero del departamento A preparó una valija para un mes entero, no porque supusiese que iban a tardar en arreglar el ascensor, siquiera porque no le gustase su departamento, ni le molestaba lo de la escalera, era simplemente que quería complacer a Matilde en todo. La anciana del B tardó dos horas en explicarle a su marido los porque, cuarenta y cinco minutos en convencerlo aplicando la siempre útil posición de Usted haga lo que yo le digo y se acabo y quince minutos en poner algunas ropas necesarias y utensilios varios en un pequeño bolso. Tomó el retrato de su padre, que tenía en la mesita de luz, la imagen de la Virgen y fue la primera en estar de pie, con su marido, frente a la puerta de Matilde. Cuarto para las once. La mujer del C, por las dudas, porque uno nunca sabe de lo que son capaces las personas, armó tres valijas con toda su ropa, y sus elementos personales, y embaló todo lo demás con papel de diario viejo. Guardó prolijamente y trabajo con tiempo de sobra para desconcentrarse. Cuando terminó de hacer aquello se sentó a tomar un té, dejó correr los minutos, miró la hermosa vista que tenía de la ciudad desde su casa, y solo cuando el reloj marcó la hora indicada se decidió a bajar. De a una valija.
Cuando Daniela, la mujer del C, llegó a la puerta y vio a sus vecinos allí, los saludó amablemente. Dejó la valija a un costado, los besó a ambos empezando por la señora, con la que a veces perdía horas enteras conversando sobre los vecinos y vecinas del edificio, y después saludó al caballero, siempre incapaz de saber en dónde estaba parado. Vio lo del ascensor? Igual lo de esta niña es hermoso dijo la anciana. Ni que lo diga contesto Daniela, y dejó la valija al lado de la señora, me cuida esto por favor? Si mijita, si yo me quedo aquí paradita nomás. Bueno ya regreso, un segundito por favor. Y subió apurada por la escalera. La anciana acomodó la maleta grande y pesada sobre la pared a pesar de su espalda, para no interrumpir el paso por el pasillo y para que no se caiga y rompa algo mientras aquella valija estaba a su cuidado. Don Feliciano preguntó, esa valija es nuestra? No, vos cállate, es de la vecina. Bueno, contesto él y se regresó a su mundo.
Cuando Daniela estaba llegando al último piso del departamento, después de entrar a su casa y dejar la valija en el pasillo, mirando con un suspiro su casa, como despidiéndose, salió el caballero del departamento A, cargando su pesada y única valija. Daniela lo miró y lo interrumpió en seguida, hay pero qué lástima, va muy cargado Usted? No, va, no sé. Mire lo que es esto, pero la puedo ayudar con su valija si quiere. Le salió del alma, y Daniela, que no sabía perder el tiempo ni dejar de sacar ventaja de cualquier circunstancia le dijo que bueno, que la espere dos minutos entonces. Dejó su valija a un costado, sacó sus llaves de la cartera, entró en su casa, sacó la otra valija arrastrándola, es que había dejado la más grande y pesada para lo último, para cuando estuviese más cansada, para tener la suerte de que alguien la vea, se apiade y la ayude, y se la entregó al caballero del departamento A con un efusivo elogio, seguro que con su fuerza puede bajar las dos valijas juntas. Habría que verlo, todo flaquito y bigotón, incapaz de decirle que no a una mujer, cargando dos valijas inmensas, por diez pisos.
Aquí, en el tercero, le dijo Daniela a los gritos, aquí está bien. Muchas gracias por cuidarme la valija, le dijo a la anciana esposa de Don Feliciano. Al ratito llegó el caballero del departamento A. Dejó la valija a un costado y los tres se quedaron en silencio. Esperando en la puerta del departamento de Matilde. Un silencio largo e incómodo, pero que ninguno cuestionó. Cuando el vecino de Matilde, un hombre barbudo llamado Ariel vio aquella escena, se sonrió desprolijo, y pasó sin decir una sola palabra al respecto. Lo que no le faltó fue saludar afectuosamente a cada uno de los visitantes del pasillo. A las mujeres con un beso en le mano y a los hombres tomándolos de un hombro, intentando firmeza. La única que se sorprendió fue Daniela, a la esposa de Don Feliciano le agrado el gesto.
Ariel subió de inmediato por la escalera sabiendo que estaba llegando tarde. Matilde había esperado en el departamento de uno de sus amigos en el piso doce. Cuando se escucharon los últimos ruidos de maletas todos lo que estaban allí reunidos, y eran varios, salieron del departamento y se fueron para el piso trece. Matilde se desnudó despacio, había seleccionado cada prenda que tenía en función de cómo se vería al caer sobre el suelo, al dejarla desnuda. Matilde era una mujer maravillosa. Única en su especie.
La función comenzaba cuando llegase Ariel, y este corrió agitándose para no hacer esperar al público. Matilde lo escuchó llegar, y comenzó a moverse. Bailaba sin música, en el pasillo y los ojos que miraban alegres. Giraba sus manos y tocaba el suelo en reiteradas reverencias. Le acarició y beso el tobillo con dedos fríos a una de las mujeres que la miraba sin conocerla. Dio algunas vueltas con los brazos extendidos, hasta que terminó poniendo su frente en su rodilla izquierda, extendiendo su brazo derecho, con la palma hacia arriba, y el otro brazo sobre la cola.
Ella se quedó en esa posición, inmóvil, los demás comenzaron el murmullo, y a retirarse lentamente para el departamento del piso doce. El único que se quedó para mirarla fue Ariel, él estaba profundamente enamorado de ella. La miró vestirse, la esperó, y vio como pasaba a su lado sin siquiera prestarle atención. Pero con una sonrisa en la cara que curaba todos los males habidos y por haber.
Ariel la siguió y la acompañó al piso tres, caminando detrás de ella. Cuando llegaron estaban todos discutiendo, diciéndole a la mujer ausente que era una maleducada y una irrespetuosa, que no tenía ningún derecho a hacer cosas semejantes, ¿cómo prometerle el mismo departamento a tres familias diferentes? Que se piensa que somos, animales? Así hablaba la esposa de don Feliciano, el anciano del departamento B, del piso trece. Cuando ella entró todos contuvieron la voz, no podían creer que tuviese la cara para presentarse, y de tan buen humor. Ella se paró frente a la multitud y muy segura de sí misma les informó. Aquí, en esa misma puerta, es donde Ustedes vivirán y compartirán, para conocerse mejor. No es posible que después de tantos años en el mismo piso apenas se conozcan, y si es que se conocen, todavía no han convivido los tres. Yo ocuparé en el piso trece el departamento que Ustedes dispongan, eso no es problema, pero me quedaré con las llaves de los otros departamentos para garantizar que todos convivan en mi casa, que a partir de ahora es su casa. Y si alguno de Ustedes está pensando en que debí haberles avisado que estas eran las condiciones les informo, que si hubiese diálogo entre Ustedes esto no habría pasado, motivo por el cual era esta mi obligación y mi servicio. Tienen alguna pregunta para hacerme?
La que tomó la voz fue Daniela. Estaba indignada. La anciana echaba humo por las orejas, su esposo, Don Feliciano, estaba contento por estar rodeado de tanta gente, y el caballero del departamento A estaba feliz por ver a Matilde, siempre tan hermosa.
Al día siguiente, al despertar todos juntos, incluida Matilde, en el departamento del piso tres, tuvieron problemas para turnarse y usar el baño. Pero el desayuno fue una delicia. Esa misma tarde, con la conciencia tranquila, Matilde conoció a Sixto Solar.

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