viernes, 11 de junio de 2010

Catorce


Pasaron los días y Matilde regresó de hacer las compras en el almacén de la Sra. Viviana, cuando llegó al patio de Sixto se encontró con que allí había una multitud de hombres, discutiendo acaloradamente, con Sixto Solar apoyado en la ventana, comiendo una manzana. Matilde tuvo que pasar pidiendo permiso, y las personas de allí no solo no le prestaban atención, ni daban el permiso correspondiente a una dama, sino que además la empujaban de un lado para el otro, sin quererlo pero con cierta indignación. Cuando Matilde entró a la casa se quedó a un costado de Sixto, esperando las explicaciones correspondientes al caso, y Sixto, en lugar de contarle lo que había pasado se puso a discutir con ella, pidiéndole los lugares a los que había ido, queriendo saber con quién había estado, de quién había hablado y para qué. Sixto Solar muerde la manzana. Matilde, sin darle explicaciones, va hasta el baño, carga un balde con agua y lo vota sobre Sixto Solar, cuando dejó caer la última gota sobre la cabeza de un hombre indefenso lo tomó de la oreja y devolvió a la ventana, donde Sixto siguió comiendo su manzana, mirando la pelea que se estaba armando.
Todo hubiera terminado en violencia si Matilde no hubiera intervenido. Tuvo que salir apurada, casi corriendo, a buscar por los alrededores, a todas las mujeres de aquellos hombres, tardó tres minutos cuarenta y dos segundos, y un conjunto de esposas, con repasadores en las manos, empezaron a golpear a todos esos hombres desenfrenados, a algunos hasta los patearon, y a otros los agarraron del brazo y se los llevaron para reprenderlos en la tranquilidad del hogar. Cuando todo esto estuvo resuelto Matilde se quedó en el medio del patio, mirando a los maridos golpeados regresar a sus casas, pero sobre todo esperando, y dos minutos cuarenta y tres segundos después todas las mujeres regresaron al patio de Sixto Solar, para discutir con Matilde sobre la necesidad de evitar aquellos incidentes, primero lo hacían en buenos términos, tratando de dialogar, pero muy de a poco las conversaciones empezaron a subir en el tono. Tanto fue así que las mujeres empezaron a culpar primero a Matilde, y después entre ellas, haciendo cada vez gritos más altos, gestos más efusivos, bailes desaforados, rodillas al viento, y todo se hubiera ido a las manos, y mujeres tirándose de los pelos, si montones de niños y niñas no hubieran entrado en aquel patio, con muchísimos juguetes en sus manos, tirando de las polleras de sus madres, exigiendo cariño, atención y sobre todo comida. Las madres fueron llevadas a la fuerza a las casas, y unos pocos segundos después se veían las ventanas de las cocinas con madres lavando para preparar las cocinas, chimeneas con humo, hombres preparando las mesas y Matilde todavía ahí parada, en el medio del patio, dándole la espalda al Sixto mojado, que estaba en la ventana comiendo su manzana. Pasaron tres minutos y los niños y niñas regresaron al patio, para saludar a Matilde, la única mujer sin una sola hija para alimentar. Se pusieron a jugar festejando la victoria de Matilde, y entraron a la casa, y tomaron a Sixto de los pantalones, y lo llevaron al patio junto a Matilde que estaba ofendida y cruzada de brazos, con montones de niños y niñas saltando alrededor de ella. Sixto tiró al piso el cabo de la manzana, se quitó la gorra, tomó del hombro a Matilde, la acercó contra su cuerpo y la besó para despertar la algarabía de los niños y niñas que festejaban la llegada de las próximas compañeras de juegos.
Desde ese día Sixto Solar y Matilde Centurión pasaron una semana entera encerrados en la habitación, intentando procrear. Los vecinos se habían ocupado de dejar canastos con frutas y vinos en el interior de la casa y agua en botellas de vidrio, para después clavar todas las puertas y ventanas desde afuera, con largos clavos, con las mejores maderas que tenían, dejando todo clausurado a la descendencia. Habían pasado cuatro días y Matilde se encontró con que Sixto estaba atorado en la chimenea, casi logrando escapar, desnudo y flaco como era, con todo el cerro alrededor de la casa mirando y riendo, dos vecinos en los techos tratando de sacarlo y unas mujeres tirándoles piedras para evitar que tengan éxito. Matilde, desde dentro, intentaba darle en los testículos con el palo de la escoba, para obligarlo a bajar. Y tuvo éxito. En cuanto estuvo ya dentro de la casa, frustrado y derrotado, Matilde lo llevó para la ducha, le sacó todo el hollín que tenía sobre el cuerpo, le puso calzoncillos, y lo acostó en la cama, para meterse dentro e intentarlo nuevamente.
La semana terminó, y por supuesto el proceso de retirar las maderas de la casa no solo era más lento y realizado por menos personas, sino que solamente se quitaron las que obstruían la puerta, y el resto se lo dejaron a Sixto, que cuando escuchó aquel esperado sonido que anunciaba la libertad y su regreso al mar salió desnudo al patio, y se abrazó con los vecinos, besándolos en ambos lados de la cara, tras él apareció Sixto, ya vestido con una elegante camisa a cuadros, y un pantalón de vestir y unos zapatos. Luego apareció Matilde, tapada con un cubre camas que le daba vueltas hasta sus senos, dejando al aire libre sus hermosos hombros, pidiéndole a los gritos que regresara a terminar lo que había comenzado. Pero ninguno de los dos Sixtos quiso hacerle caso.
Al día siguiente aparecieron dos de las vecinas embarazadas, y con grandes pansas, dejando quesos en la mesa de Matilde en señal de agradecimiento, y saludando sus esposos a Sixto Solar, estrechándole cada uno una de sus manos. Matilde estaba amasando pan y justo en ese momento no tuvo tiempo para quitarse los ruleros.
Al día siguiente Sixto partió al mar, para traer menos peces que la última vez, con la satisfacción de haber cumplido con el deber de hombre. En el mar meditó seriamente sobre las constelaciones y las estrellas, vistas desde su pequeño barco, con Sixto tapado hasta el cuello por una manta abrigada, parecían lunares que aparecían y dejaban de existir.
Al regresar las dos niñas habían nacido. Sixto y Matilde fueron a felicitar a las familias, y les devolvieron los quesos que les habían entregado, cumpliendo con el ritual de concepción parto y nacimiento, de las niñas hijas del mar.
A los dos día las niñas tenían diez años, esa misma noche tenían veinte cada una, mientras se levantaban y salían a la calle para encontrarse las dos eran ancianas. Esa misma noche fue el funeral y todos estaban allí.

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