miércoles, 16 de junio de 2010

Ocho


En los primeros días que pasaron Matilde se dedicó a comprar las pinturas, respetando los colores que estaban, pintar las paredes, arreglar el jardín, y convencer a la vecina que esas polleras las tenía ella hace mil años. Esto último, sobre todo, fue bastante complicado, ya que la pollera tenía algunas marcas que su dueña original supo reconocer quitándose de encima toda posibilidad de dudar sobre el origen de las cortinas. Frente a esto Matilde hizo lo que mejor le salía, se quitó las polleras que tenía puestas y se las ofreció. Le dijo que ella insistía en que aquellas cortinas eran sus polleras, que si tanto le gustaban ella estaba dispuesta a darles otras polleras, pero no sus cortinas. Las polleras que Matilde usaba eran hermosas, y las cortinas horribles y viejas. La vecina se quedó atónita por el pequeño tamaño de la ropa interior de Matilde, y hasta se animó a preguntar, ¿así de chiquitas se usan ahora? Y aquello descontracturó la situación. Si, son mucho más cómodas en la parte de atrás, tienen mejor porte y a mí me gustan. Mire, estas polleras son hermosas, tómelas y haga de cuenta que esto paso, pero que pudimos ponernos de acuerdo, piense Usted que el universo ha hecho dos marcas de cigarrillo idénticas en polleras idénticas solo para que Usted, el día en que no encontró sus polleras, vea mis cortinas y obtenga estas polleras nuevas. Dígame si no es generoso el destino? Aquello le pareció hasta coherente a la vecina.
Debo confesar que antes de decir que si lo miró a Sixto, que miraba a las dos mujeres mientras hacía que leía un libro que, por supuesto, no le gustaba. La vecina recordó algo desagradable cuando lo vio a Sixto, pero después miró las piernas de Matilde y sonrió feliz por sus nuevas polleras. Pruébeselas. Aquí? Delante de Sixto? Si, si él ni mira, no se preocupe. Pero está mirando. Efectivamente, Sixto no le quitaba los ojos de encima a la vecina, la situación excitaba sus ganas de no leer aquel libro sobre la composición de los climas y los vientos en la Patagonia. Matilde insistió, la vecina que miraba a Sixto y sus pervertidos ojos, y después a Matilde, semidesnuda parada frente a ella. Casi sin saber porque ella se quitó la pollera, se puso la pollera nueva torpemente, y tanto fue así que casi se cae, entonces tomó las polleras que sae había quitado y salió apuradísima, como culpando a la casa. En cuanto llegó a su hogar y se encontró con su marido, que lejos de verla con sus viejas polleras de colores la vio con unas polleras nuevas, y eso después del escándalo que había armado en la casa, apelando a las buenas costumbres y la degeneradés de todos esos pescadores que no hablan. Su marido, por toda respuesta, escuchó, no preguntes, esa gente necesita las cortinas más que yo. Y su esposa que se fue para su habitación.
Pero volvamos a la casa de Sixto y Matilde. Ella estaba ahí parada, con la ventana abierta de fondo y la luz que entraba. Para la mirada de Sixto, aquella claridad transformaba a Matilde en una sombra. Ella extendió sus brazos y le pregunto, ¿qué? Ahora estoy seguro, jamás podrás comprenderme, no puedo permitir que eso pase, o dejaré de ver a mis vecinas desnudas. Ella, como primera reacción, llevo sus manos la cintura en clara señal de desaprobación de aquel comentario. Enojada salió, así como estaba, a seguir arreglando el jardín. Estaba, en ese momento, trasplantando las plantas de marihuana que Sixto Solar tenía para sus problemas de pena, y a eso se dedicÓ para odiarlo. La tierra absorbía la bronca de Matilde sin suerte, pero en cuanto ella dejó de masticar su orgullo, y pudo levantar la mirada, lo vio a Sixto, asomado por la ventana de las cortinas, con los dos codos sobre el marco, y una inmensa sonrisa. Ella lo miró y sonrió profundamente, con alegría, Sixto seguía ahí y sonreía más, y ella, que no pudo contener una pequeña carcajada, se acomodó el pelo y lo miró con ternura. Sixto Solar, en ese momento, le hizo un gesto con la pera, para que mire para atrás, para que comprendiese su sonrisa. Había cerca de catorce tipos asomados por la cerca, mirándola a Matilde con los ojos abiertos a más no poder. Cuando ella se dio cuenta de esta situación tiró con enojo un golpe al piso, levanto tierra del suelo, y a gritos histéricos empezó a tirarle barro a los mirones, insultando a sus esposas por tenerlos mal atendidos, insultando a sus penes por impotentes, manchando toda la calle hasta con piedras pequeñas. Sixto Solar estaba de puras sonrisas en la ventana. Cuando los mirones se fueron, y a uno se le había olvidado el sombrero en el patio de Sixto, Matilde levantó aquella boina, miró al hombre de su vida reír por primera vez en muchos años, entró a la casa caminando descalza, con la boina en la mano, e hicieron el amor allí, en la ventana, con Sixto Solar refregándole las polleras de vecina en la cara a Matilde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario