sábado, 3 de julio de 2010

Uno


Detrás de todas las puertas se encuentra el frío. Las cucharas buscan un poco de sopa caliente, y Sixto Solar esconde entre sus viejas ropas la foto de su difunta esposa. No suele sacarla, pero aquella mañana tuvo que mirarle los ojos una vez más, tuvo que viajar entre los años, llegando desde el recuerdo a las plazas de los viejos barrios, creando en el mundo una fisura que hace existir lo que queda guardado en la memoria de la realidad. Ya no tenía sus besos o sus peleas, aquella extraviada mañana sin ruidos lo hizo verse ajeno, fue como si se permitiese algo que había escondido para no morir de tristeza, fue recuperar aquella muerte prematura.
Lo que escondemos. Algunas cosas quedarán en su lugar mientras sean subterráneas, la mesa de los domingos nunca escuchará sobre una parte de lo que hacemos y Sixto era un hombre repleto de secretos. Pero a aquellas alturas había incorporado en sus hábitos al silencio como parte de su vida,y otras cosas que él sabía hacer, sin que eso implique el conocimiento de los otros sobre lo que hacía. Era imposible para él que su mujer entendiese sus hábitos, había muchas cosas que estaban bien así, como estaban. Sin que existiesen, excepto en los ojos de Sixto Solar.
En los años en los que conoció a su mujer supo lo que el amor le hace a las personas. Ella lo quiso tanto que le salvó una parte de su vida. Ella sabía todo lo que tenía que saber. Sabía sufrir por amor. Sabía saber que los secretos existen. Sixto Solar encontraba siempre los momentos para besarla y amarla, y también los momentos para esconderle. Sixto Solar fue el único hombre que logró conocerse, y que por eso se sintió miserable. Todo lo que hacía era saber y sufrir, y reconocer que las decisiones que lo hacían lo que era las había tomado con plena conciencia. Era por eso que se escondía, ¿Qué sentido podía tener? Ya no estaba interesado en explicarse, en regalar sentido, y lo que se veía de lo que era tenía todas las intensiones de ser difícil de digerir. La única que lo comprendió en todos esos largos años fue su señora, Matilde Centurión. Cuando lo vio desnudo maldijo a la vida por necesitar que las personas sean también así. Quizás por eso lo amó tanto y a pesar suyo. Donde nadie llegaba los besos de Matilde curaban, pero las llagas igual sangraban, los dedos de Sixto curtidos por el agua de mar, por los cayos de la tierra, por la necedad de los hombres, por la infinita soledad de los días.
Sixto Solar no pudo estar ebrio ni un solo día de su vida. Apenas dormía. Tenía el corazón partido, y a penas dormía.
El último día de su vida fue cuando murió su mujer. Matilde estaba sentada sobre una silla de madera pintando mal un florero en una hoja de un árbol viejo muy alto. Las hojas no caen en esa época del año. Sixto Solar estaba en la cocina, lavaba la losa mientras pensaba que su hermano, alguna vez antes de morir, recordaría que cuando fueron niños, mientras lloraba porque estaban peleando, le pidió un abrazo para perdonarse por la pelea, con los mocos colgando, con las lágrimas secas, y Sixto le pegó en la boca del estómago, buscando el diafragma, dejándolo sin esperanzas para el resto de su existencia. Lavaba el fondo de la olla dejando dibujos con la mugre que no se quitaba. No escuchó ningún ruido, en la olla había quedado una mujer de larga nariz y ojos tristes. Los vecinos contaron que, desde la costa, se vió una larga y alta ola que hizo gritar a todos. Salieron corriendo. Pero la ola no tocó ni las colillas de los cigarros. Entró violenta y despiadada, misericordiosa y justa. Cruzó por entre las personas, subió los cerros sin lastimar los vidrios de las ventanas, siquiera dejó mojadas las calles, pero con precisión de diablo dobló en todas las esquinas que tuvo que doblar, bordeó el árbol del patio de Sixto y se comió a su mujer. El mar pudo haber destruido la costa, pero eligió cobrarse una mujer. Si a Sixto le hubiesen preguntado, él hubiera dado su vida sin pensarlo para que se perdone a la costa del cerro de su casa. Pero jamás hubiera entregado a Matilde. El dibujo que ella estaba haciendo en la hoja quedó en el suelo. Sixto, por algún motivo, siguió lavando los platos y los vasos y los cuchillos, pero no tocó las cucharas. Los lavaba una y otra vez, aunque ya estuviesen limpios, sin darse cuenta de su derredor. En la costa los vecinos hablaban sobre el mar como un fantasma, contaban en vos baja todas las cosas que los otros habían hecho, todo lo que podría haber hecho enojar al mar. Aquello sirvió para que se pelen varios cueros. Pero nadie pensó en Sixto, de hecho, siquiera lo recordaron nunca más. A partir de ese día el hombre dejó de vivir. Seguía allí, frente a la ventana de su casa, lavando la losa, sin tocar las cucharas, pero su vida había sido borrada de la memoria de todo el cerro, de toda la costa. El mar se había llevado su recuerdo, pero dejando su casa y su cuerpo en paz. Sixto Solar se hacía encima, no comía y bebía agua de la canilla. Respiraba despacio, esa era su tortura. Así pasaron varios años, y Sixto ya no tenía pelo. Lo primero que hizo cuando volvió en sí fue intentar lavar las cucharas, pero la mugre estaba impregnada. Lo segundo que hizo fue buscar la foto de su esposa,aquella que estaba escondida entre la ropa. Cuando por fin encaró la calle miró el mundo sin tocarlo. Y el mundo lo ignoró.

martes, 22 de junio de 2010

Dos


Tres tipos caminaban de la mano vestidos con trajes azules oscuros, corbatas negras, cinturones negros, camisa blanca y sin zapatos. El murmullo que generaban subía por los ascensores de los edificios y hacía que las viejas con delantales de cocinar salieran con las manos llenas de harina para hacer pan a los balcones. Siquiera los miraban, se dedicaban únicamente a hablar entre ellas sobre la insolencia de las mujeres que eran incapaces de vivir sus propias vidas y que no tenían otra cosa que hacer más que hablar de los demás, pero claro, aquello era casi a propósito. Usted sabe Matilde que a mí no me gustan estas cosas, le decía su vecina desde el balcón de al lado, pero yo siempre defiendo las buenas costumbres, y usar zapatos es algo elemental para nuestros impuestos. Piense por favor en el zapatero del pasaje uno, ese hombre lleva allí más de cincuenta años, mientras todos los hombres salían a seducir mujeres él se quedaba aprendiendo el oficio del querido maestro de tangos y vientos, el Felipe, lo hacían practicar por horas enteras, se quedaba sin dormir y sin comer, y todo eso para que estos tres caminen de la mano, y siendo hombres los tres. Yo no sé que estarán queriendo decir, pero el sexo, a demás de tener una función recreativa y continuadora de la especie sirve al placer y a la exploración de los sentidos, pero sobre todo tiene que hacer que la comunicación exista desde una intimidad que permita a las personas conocer como siente y piensa el otro, pero el sexo, así como el tomarse de la mano entre tres personas descalzas, debe hacerse en espacios no públicos, en la habitación, sobre todo en la cama, y sin las medias. Matilde la escuchaba sin mirarla, pensando en la inmensidad de autos que circulaban por las calles con personas adentro que no tenían que escuchar sobre revoluciones que atentaban contra los buenos zapateros que todavía eran vírgenes a los sesenta años de tanto darle a la enhebración de pequeños hilos para cocer gruesos cueros. Cuando la conversación la sorprendía, ella soltaba sin pensar esos lugares por los que ya había pasado, lo hacía con tanta soltura y seguridad que sus vecinas la miraban con odio cada vez que lo hacía, creían ellas que Matilde se pensaba más persona por no necesitar usar los prejuicios, los buenos prejuicios que las unían, para hablar. Esa mujer atenta contra todo lo que nos hace iguales, solía decirse por ahí. Matilde sabía que la miraban diferente, pero insistía en su posición casi como si estuviese haciéndole un bien a la humanidad entera, cuando se peinaba frente al espejo de madera del baño se decía muy segura, alguien tiene que hacerlo.
Mire, yo le voy a ser totalmente sincera, a mi me encanta que estos caballeros tengan la libertad suficiente como para andar así por la calle, porque no cualquiera se anima. Piense por favor en el tiempo y en la humedad que no nos deja que las polleras se sequen, si nunca nadie intentase que las cosas se rompan nunca Usted hubiese cambiado ese florero que tenía hace veinticuatro años en memoria del finado de su marido por ese hermoso velador que tiene ahora. No quiero decir con esto que los zapateros tengan que perder sus puestos de trabajo, pero eso de hacer cosas que a nosotras nos encuentren en los balcones, y sobre todo cuando implica sacar a la luz las sábanas, me parece que hace que los pajaros puedan volar, es como si nos pusiésemos a conversar sobre lo que haría falta para que yo esté diciendo todas estas cosas en este momento, ningún otro motivo nos haría estar aquí más que estos tres caballeros. Para mí quedan bonitos, están como pidiéndonos que hablemos de ellos, yo no me animaría a pedirlo. Y la vecina que sonreía por pura cortesía, se volvía como de prepo a sus propios pensamientos. Esta quien se cree que es, siempre haciendo que la gente piense mal de ella. Una que quiere ser una persona de bien, hacerle un servicio a su comunidad, y esta desgraciada que nos hace tener pensamientos horribles, siempre es lo mismo, ¿quién se cree que es para hacerme pensar? Esas opiniones son degeneradas, todo lo que puede estar bien está mal, como yo. Y todo lo que está al revés de nuestra hermosa y amada comunidad para ella está bien, y encima habla con tantas palabras que hasta parece que tiene la razón guardada en el bolsillo. Quiero decirle Matilde, que a mi parecer, estos caballeros están muy mal, y Usted también. Se sacó la harina de las manos, dio un fuerte golpe a la ventana al cerrarla y realizó un fuerte suspiro, como si hubiera hecho lo que la situación le mandaba. Todo sea por que me haya salido algo lindo, se decía. Espero no se ofendiera la Matilde, es tan maleducada a veces, que una cree que hace mal en quererle.

lunes, 21 de junio de 2010

Tres


Carta a la junta de vecinos. Escrita por Matilde Centurión. Leída por el pequeño Josele, hijo de la mujer que doblaba las camisas de todos los hombres del cerro, menos de Sixto Solar, en la reunión del cuatro de abril.
Cada vez que podía repasaba su vida entera. Y ese era su mayor problema. Es que en cada oportunidad que tenía el lugar desde el cual se miraba era diferente, las conclusiones que sacaba eran diferentes, y lo que resultaba de aquel proceso, siempre era lo mismo. A medida que el tiempo fue avanzando aprendió a mirar todo lo que hacía en función de lo que generaba en su entorno, y empezó, muy de a poco, a dejarse devorar por aquello. Sus intentos por dejarse existir por fuera de ese círculo significativo en el cual lo que las acciones son pasa a estar determinado por lo que cada espectador puede concluir de ellas, fue un fracaso. Entonces comenzó a jugar con esos redondeles, y comenzó también a dejar problemas de significación contradictoria.
Estos problemas son acciones que se introducen dentro del ámbito de cotidianidad rompiendo el eje de continuidad en el patrón de comportamientos que una persona elije tener. Cuando aplicamos esta lógica práctica al discernimiento nos damos cuenta que claramente este tipo de problemas plantean una cuestión ética profunda.
Desde una primera mirada las personas pueden generar en sus contemporáneos la necesidad de plantear como cuestión o tema el hecho mismo de la existencia. Cuando conocemos a una persona que todos los días nos habla sobre el valor de la verdad, y un día, antes de despedirse, nos miente, entonces esa mentira nos obliga a repasar todo aquello que ha existido pero ha quedado insignificante hasta ese factor de dislocación. La existencia como tema queda al descubierto cuando la persona o público se ve enfrentada a la necesidad de recuperar discursivamente una continuidad o coherencia que se encuentra contradictoria e irreconciliable a la luz de los hechos. La pregunta sería, ¿Qué se ha hecho existir?. La respuesta, claro está, no queda predeterminada, sino abierta, y sus posibilidades significativas aparecen como problema para el discernimiento.
Aquello que se quiso decir, en todos los casos es el problema mismo. Y esto nos presaenta una cuestión bastante importante para el análisis de la obra puesta en movimiento, los motivos y la capacidad de movilizar en el otro que posee quien decide plantear este tipo de problemas. En primer lugar debe ser clara la intensión de generar una situación, pero a la vez debe ser esta intensión suficientemente lejana como para que la comprensión no caiga, como primera medida, en la figura del problema. De hecho, la instancia en la cual se reconoce esta intención debe caer por su propio peso, pero solo y únicamente después que la persona o público a dado todas las vueltas posibles a la situación o asunto. En segundo lugar, para que la primera condición se cumpla, es imposible considerar a la razón como motor. Todo intento por calcular los problemas de significación contradictoria son inútiles, y con esto quiero decir que, para encontrarlos en su mayor amplitud didáctica, para dar cuenta de las verdaderas obras del genio, es necesaria una preparación anterior que implica una total transformación de la vida.
Por más profunda que sea nuestra intención de comprender lo que somos aquello que la vida es será siempre más profundo. Desde ese punto de vista la actitud correcta es permitir que la vida se encuentre con canales de manifestación. Entonces, la condición de posibilidad de estos problemas, son las personas que pretendan, con sus propias vidas, desplegar formas de coherencia pura. En esos casos serán sus caminos los que nos muestren, a través de sus incoherencias, los tan difíciles de encontrar, problemas de significación contradictoria.
Dos puntos que quedaron pendientes. En primer lugar el concepto de coherencia pura implica un conocimiento de uno mismo, es decir la pretensión de ser idénticos a nosotros mismos. Esta forma de existir, al ser imposible de practicar, se plantea como un movimiento constante que genera, en su desplegarse, conocimiento inagotable. Intentar ser coherentes con nosotros mismos es imposible, pero es en ese camino en el cual aprendemos. Aquello que es imposible es lo más importante para la vida.
En segundo lugar, me parece importante aclarar, a pesar de lo dicho, que los problemas de significación contradictoria no son exclusivos de las personas que intentan la coherencia pura, sino por el contrario, son una característica que define a todas las personas en todos sus intentos por desplegar cualquier tipo de actitud que pretenda una línea recta. Por lo tanto, y para comprender esta tan importante gama de problemas, debemos comenzar por comprender todo lo que se nos cruce, y también aquello que permanezca distante. Y tambien las líneas que no son rectas. De esta manera, así no logremos nuestro infinito objetivo, miraremos con ojos profundos, y nos privaremos de juzgar la ignorancia ajena. O lo que es más importante, por ejemplo para personas como Sixto Solar, seremos capaces de aprender de nuestra propia ignorancia.

Cuando el niño terminó de leer Matilde pasó al frente, le acarició la frente a Josele y dijo en voz clara y firme, quien quiera una copia puede pedírmela y yo la transcribiré de mi puño y letra en cualquiera de sus delantales de cocina. Muchas gracias por el tiempo cedido. La junta de vecinos no dio muestras de interés en la carta. Juan Carlos, el presidente de la reunión, pasó al frente y continuó. Deberíamos definir quién va a hacerse cargo de juntar los números de teléfonos de todos los vecinos y de algún familiar en caso de que algo pase el próximo invierno, por suerte sabemos que este invierno no va a tener ninguna noticia ni necesidad de hacer llamados de emergencia, pero el año que viene algo puede pasar. Hubo un silencio. La madre de Josele se ofreció, dijo que ella podía pedirles a todos los hombres que le dejaran sus camisas sus teléfonos y los teléfonos de más hombres que también tuviesen camisas para planchar y que fueran familiares de aquellos. Pero aclaró que de ninguna manera se acercaría a pedirle el teléfono a Sixto Solar. Juan Carlos dijo que eso no hacía falta. Se peinó nerviosamente el flequillo y quedó sin habla, usando un traje color marrón.

domingo, 20 de junio de 2010

Cuatro


Sixto Solar pasaba los días viviendo del mar, y era pescador. A veces sucedía lo inapropiado, tanto era lo que el mar proveía que podía pasar varios días, y hasta semanas enteras, sin necesidad de ir a pescar. Mientras tuviese que levantarse temprano, preparar sus cosas, y concentrarse en hacer lo que sabía hacer no había problemas. Pero cuando eso no estaba las tardes hermosas se transformaban en la pesadez del aire cargado con ausencias. Se pasaba las horas leyendo libros que no quería leer porque no le gustaban, fumando los cigarros de tabaco,que le hacín doler la cabeza, mirando por la ventana las charlas entre vecinos, sintiéndolas tan lejanas que su interés las rechazaba de plano, pero a su vez aquella falsa sensación de seguridad, aquel estar haciendo algo, aquella soledad amputada, lo tentaba con algunos pensamientos que no quería rechazar. Mientras el mundo se desplegaba a su alrededor sobre importancias que para él nada significaban su silencio devoraba sus horas y sus días haciéndolo cada vez más lejano, cada vez más autista, cada día menos capaz de hablar con las personas que lo rodeaban.
Lo que más lo torturaba era que él tenía su capacidad de habla intacta, incluso enriquecida, día a día, por su naturaleza invasiva, penetrando sin permiso en los mundos mentales de las ficciones que lo rodeaban, reconstruyendo las partes de las historias que no podía ver, aprendiendo a inventar aquello que no estaba allí. A veces, cuando por error humano, tenía que encontrarse con alguien y hablar, lo hacía en un tono tan autoritario, tan seco, y tan correcto, que todas las conversaciones se hacían cortas, lo que había que decir y punto, y luego el camino de regreso a su hogar, a pensar sobre la necesidad irregular de saber disfrutar de una conversación con otra persona. Para Sixto el problema no era la irrelevancia de la conversación, tranquilamente podía disfrutar de lo intracendente, de lo que se pronuncia porque si. Lo que no era capaz de abarcar era aquello del habla muerta, de las palabras que nada intentan que decir, de esas conversaciones en las que sus vecinos querían contarle como les había ido, y lo que había pasado de importante en ese mundo insignificante y carente de toda gracia o belleza. Lo irritaban las personas. Como no necesitaba de nadie para pescar, y vendía mucho de lo que sacaba porque era bueno en lo suyo, y además en el mercado lo respetaban, no sufría necesidades materiales. Pero todo lo demás era una condena insoportable para él.
Su peor hora del día eran las cinco de la tarde, en esos momentos nunca había nada para hacer, no tenia apetito, hacía calor, siquiera encontraba sus pensamientos. Sabía perfectamente que hubiera amado la lectura, o la pintura, incluso la música, pero todo aquello se le tornaba también inaguantable. Algunas veces escribía cosas por los rincones de la casa. Pero nada más que eso, su sentimiento era de saberse inútil e insignificante, y nada tienen para decir los que así son. En algún momento de su vida cuestionó la forma en la que vivían los demás, pero simplemente aceptó que aquello era así, y que él era de otra manera, nunca intentó cambiar, su vida era una especie de tortura sin nombre, sin sentido y sin final. Hasta que un día conoció a Matilde Centurión.
Ella cruzó por el frente de su casa por casualidad, estaba por allí de paseo, y cuando Sixto la vió su respiración y su angustia dejaron de existir. Hasta que ella salió de su vista, y el recordó que aquellas mujeres no eran para él, eran demasiado hermosas y demasiado felices para siquiera intentarlo. De nada serviría estropearla.
Lo que Sixto no pudo imaginar jamás fue lo que ocurrió a continuación. Matilde llegó a la esquina siguiente buscando el mar, y se encontró con un hermoso mirador, y la vista de la costa. Se sentó allí a contemplar, y dejó que el tiempo pase. Mientras miraba intentaba imaginar cuanto cambiaría su vida si aprendía a vivir en un lugar así, si aprendía a disfrutar de aquellos paisajes, de los pequeños sabores, y sobre todo del olor a sal. Matilde era una mujer extraordinaria, de esas que solo existen en este tipo de historias. Ella siempre sabía lo que tenía que hacer, y sabía cómo hacerlo bien. Cuando se levantó de donde estaba sentada y comenzó a caminar por el borde del cerro, mirando siempre para el océano, bordeó el límite del precipicio y el futuro de su historia, hasta que regresó por donde había andado, y se encontró con que estaba en el patio de Sixto Solar. Cuando este la vio en su casa no supo qué hacer, pero encantado por su belleza salió para mirarla más de cerca. Ella lo miró directo a sus ojos, fuertes y llenos de misterio. Usted vive aquí? Si señora. Y a que se dedica? Soy pescador. Matilde era muy consciente de su belleza, y se sabía capaz de hacer lo que quisiese con cualquier hombre, pero en este caso tenía en frente a Sixto Solar, y ella desconocía las consecuencias de lo que estaba por hacer. Se acercó a él sin dejar de mirar sus ojos, lo tomó de la manga de su camisa, lo entró en la casa, lo llevó a la habitación, se sentó en la cama lentamente, lo desnudó primero a él, se sumergió en el sabor de su sexo, se desnudó después ella, y lo amó en el calor de la tarde. Solamente existieron entre ellos esas dos preguntas. Y las ganas de Matilde de vivir mirando el mar.

sábado, 19 de junio de 2010

Cinco


Lo primero que Sixto Solar pensó después de que su vida hubiera terminado era que toda su historia debería estar escrita, preferentemente en un solo tiempo verbal. Y que este tiempo debería ser el pasado simple, ya que para él no había nada más simple que el pasado. Fue en ese momento que quiso atravesar un árbol, para saber si era un espíritu, pero nada de eso pasó. El dolor de su cuerpo le recordó que todavía algo de él estaba allí. Se paró frente al negocio de venta de pescados, en el puerto, y ninguno de los que allí estaban le prestaba la más mínima atención. Tomó un poco de comida, y la guardó en el bolsillo de su saco. En su mismísima presencia los pescadores que antes lo respetaban comenzaron a hacer un escándalo. El dueño de aquel puesto del mercado aseguraba que le faltaban, por lo menos, dos de las jaibas grandes, y acusó a todos los presentes de ladrones, generando un principio de pelea, en el cual todos decían que ellos eran honrados, y estaban dispuestos a defender aquella reputación a los golpes si era necesario. El dueño del mercado empujó con su mano derecha a uno que estaba allí, pero que era recién llegado, en clara señal de estar acusándolo por el robo. El caballero, frente al empujón, golpeó sin quererlo a Sixto Solar, que permanecía a sus espaldas, sin la menor de las ganas de devolver las jaibas robadas, que por cierto eran tres. Lo más curioso fue que el caballero en cuestión siquiera notó haber topado con Sixto, y pensó que había chocado con un árbol, que estaba, como mínimo a tres metros de distancia. Se sacó el sombrero y se rascó la cabeza cuando notó aquella distancia insalvable, después miró al mercader y le golpeó fuertemente la mandíbula. Volvió a sacarse el sombrero, se rascó la cabeza y pasó por el costado de Sixto sin saludar, como corresponde hacer cuando no hay nadie allí. Los otros pescadores quedaron encantados con el escándalo, y se dispusieron a hablar mal de aquel caballero, recién llegado, y causante de todos los males del puerto, incluso de la vieja y gastada pintura que tenían todas las embarcaciones era él responsable, bellas como ninguna otra fruta de los verdes prados, de cascadas finas y tardes de otoño.
Sixto le arrancó las patas a las jaibas, las mordió sin hambre, tiró los restos al suelo y se movió lentamente hasta su casa. Los del mercado, cuando encontraron aquella prueba del delito, incistieron en que el nuevo era un degenerado. Antes de llegar, sin poder evitarlo, Sixto se metió en la casa de una de sus vecinas. Estaba sobre la mesa, mirando la televisión, una de las hijas de Mercedes, y el resto de la casa parecía vacía. Sixto entró sin saludar, y sin que aquella incipiente mujer lo notase, subió por la escalera, entró en su cuarto, buscó entre la ropa sucia, y olió una zapatilla usada, la olió por su interior, como correspondía. Cuando se dio cuenta que aquello ya no tenía más sentido para él, porque todo le recordaba a Matilde, se puso a llorar. Dejó el calsado donde lo había encontrado y se marchó dando un fuerte golpe en la puerta que asustó a la niña.
Esa misma noche circuló por todo el cerro el rumor de que había un bandido que podía ser un demonio y todos hicieron cruces de sal debajo de sus camas. Sixto Solar, mientras tanto, tocó la guitarra desafinando todas las notas, pensó en beber, pero no pudo, y se acostó en la cama sin dormir. A medida que la noche crecía sus pensamientos se callaban, y todo a su alrededor tomaba un leve color azul. Se puso un sombrero, para evitar que alguien lo viera, lo dejó sobre su cara. Tuvo miedo de que la muerte viniese a buscarlo, sin darle la oportunidad de soñar con volar.
Mientras esto sucedía las mujeres cocinaban a sus maridos, los repasadores aparecían limpios y a cuadros, las niñas hablaban entre ellas sobre los juegos de la mañana siguiente, los hombres pensaban en irse a dormir y las madres ya limpiaban los platos, sin siquiera darles de comer. Todos a la cama, se escuchaba un grito desde la calle. Aquella noche no habría cena, para ahuyentar a los demonios.
En el patio de Francisco, un hombre siempre dispuesto para usar zapatos, dos caballeros y él trataban de construir con maderas viejas tres casas para perros. Usaban clavos oxidados, y martillos de palo. Los perros, sentados a sus costados, estiraban sus bocas en señal de bostezos, dándoles muestras de los cómodos sueños que tendrían por las noches, sueños de luces tenues, colores brillantes, formas inconsistentes y murallas repletas de alturas, necesarias para descansar sobre la sombra de un mar cada vez más bravo, y menos incomprensible.

viernes, 18 de junio de 2010

Seis


Cuando Matilde tuvo que subir los tres pisos en escalera hasta su departamento decidió que quería mudarse. Primero pensó en que el ascensor podía romperse muchas veces más, entonces llegó a la conclusión de que lo mejor, para ese tipo de edificios pobres en los que las cosas tardan mucho en ser reparadas, era mudarse al piso trece. Seguramente habría allí una vista hermosa, y alguna persona que no esté interesada en destruir esa idea de que el tiempo no puede ser desperdiciado subiendo una escalera. En cuanto llegó a su casa se desnudó y se puso a escuchar música en esos volúmenes que a todos molestaban, en seguida pensó que si saboteaba la reparación del ascensor tendría aquel piso trece solo para ella, y podría bailar desnuda en los pasillos. Conociéndola a Matilde no tengo ninguna duda al respecto, seguramente pensó en ir a las reuniones de consorcio durante tres meses seguidos sin decir una sola palabra, y cuando aquello fuera notado, recién en la cuarta reunión, decir algo que no aportase nada a la conversación, que fuese algo así como el resultado de lo que ya se ha dicho, sin que esto implique una modificación de algo, o algo importante desde ningún punto de vista. Para cuando la reunión este por terminar, levantaría la mano tímidamente, y pediría, con vos tenue, permiso para bailar desnuda en el piso trece.
Así como eran las personas del edificio de Matilde, nunca sabremos que le hubieran contestado, la cuestión fue que ella no se animó a decirlo, y las costumbres siempre funcionarán como barrera para la falta de ropa, para los bailes sin público, y para las reuniones de consorcio. Así fue como optó por lo más lógico, como suele pasarle a nuestras vidas, y fue para el piso trece, golpeó cada una de las puertas, habló con cada uno de los dueños o dueñas de los departamentos y les dijo, sin cambiar una sola palabra en su discurso, sin modificar ni en un grado en el volumen en el que esto era pronunciado, lo siguiente.
Hola, mi nombre es Matilde, como el ascensor se rompió es muy probable que se vuelva a romper quería preguntarle si no quería Usted mudarse al piso tres. A mí me encanta subir por las escaleras, y también me encantaría vivir en su departamento, por eso le ofrezco mudarse para mi casa, por lo menos mientras el ascensor esté roto, así Usted no tiene que estar subiendo las escaleras. Sé que tiene una vista muy hermosa pero le puedo asegurar que se va a acostumbrar a vivir en mi casa, es muy bonita y tengo una ventana por la que puede mirar la calle de costado y hablar con la vecina de enfrente. Probablemente, si me gusta su casa, tenga que sabotear la reparación del ascensor, pero todavía no sé si voy a tener el coraje para hacerlo, en cualquier caso Usted puede quedarse por el tiempo que quiera. Si le parece nos encontramos a las once de la noche en la puerta de mi casa. Tenga sus valijas hechas con su ropa y esas cosas. Que me dice?
El caballero del departamento A, mientras escuchaba el monólogo pronunciado casi sin respiraciones en el medio, le dijo que ella era muy amable, mirándole el escote exageradamente, y que no tenía ningún problema en aceptar el intercambio, mientras no tuviese las paredes pintadas de algún color extraño, como el naranja, pero se interesó mucho en prevenir el delito del sabotaje y le dio un discurso sobre los gastos comunes y los gastos extraordinarios y el edificio como un bien que todos tenían que cuidar, pero como Matilde le sonreía, el caballero optó por pensar que aquello era una especie de broma que condimentaba el amable pedido de la Sta. Matilde. No le llamó la atención en lo más mínimo aquella situación, es que estaba acostumbrado, por los rumores que corrían sobre ella, a esperar cualquier cosa de la belleza del edificio.
En el departamento B la atendió la mujer de don Feliciano, frente a ella no le sirvieron los encantos y el escote, pero la anciana señora, después de hacer un inmenso esfuerzo por comprender aquello que había sido vomitado dijo que si, por las várices, por la piernas, por la artritis, y sobre todo por su esposo, que ya estaba muy cansado y viejo para comprender los tiempos de los edificios.
En el departamento C, la mujer que allí vivía, una tal Daniela, tenía muy malas referencias de Matilde, pero ante aquella oportunidad de no tener que subir las escaleras aunque sea por un día, la mujer empezó a decirle que ella no creía en todas esas cosas que se decían por los pasillos, que ella era una persona muy ocupada como para estar pendiente de los conventillos y que estaba muy contenta de poder conocérsela, así, hablando cara a cara, viendo de que está hecho cada uno. Eso sí, lo del ascensor, ni se moleste, con lo mal que se hacen las cosas aquí van a tener que repararlo como cinco veces antes de que esté listo, lo del sabotaje no hace falta cuando la incompetencia abunda. Bueno, igual espero que eso no afecte su generosa oferta, verdad que no? Pero claro, si Usted es un angelito, mire esos ojitos que tiene mi niña, bueno, déjeme que voy a preparar mis cosas, esto es hasta emocionante, siempre me gustó la idea de mudarme, me parece muy bonito lo que Usted hace.
El caballero del departamento A preparó una valija para un mes entero, no porque supusiese que iban a tardar en arreglar el ascensor, siquiera porque no le gustase su departamento, ni le molestaba lo de la escalera, era simplemente que quería complacer a Matilde en todo. La anciana del B tardó dos horas en explicarle a su marido los porque, cuarenta y cinco minutos en convencerlo aplicando la siempre útil posición de Usted haga lo que yo le digo y se acabo y quince minutos en poner algunas ropas necesarias y utensilios varios en un pequeño bolso. Tomó el retrato de su padre, que tenía en la mesita de luz, la imagen de la Virgen y fue la primera en estar de pie, con su marido, frente a la puerta de Matilde. Cuarto para las once. La mujer del C, por las dudas, porque uno nunca sabe de lo que son capaces las personas, armó tres valijas con toda su ropa, y sus elementos personales, y embaló todo lo demás con papel de diario viejo. Guardó prolijamente y trabajo con tiempo de sobra para desconcentrarse. Cuando terminó de hacer aquello se sentó a tomar un té, dejó correr los minutos, miró la hermosa vista que tenía de la ciudad desde su casa, y solo cuando el reloj marcó la hora indicada se decidió a bajar. De a una valija.
Cuando Daniela, la mujer del C, llegó a la puerta y vio a sus vecinos allí, los saludó amablemente. Dejó la valija a un costado, los besó a ambos empezando por la señora, con la que a veces perdía horas enteras conversando sobre los vecinos y vecinas del edificio, y después saludó al caballero, siempre incapaz de saber en dónde estaba parado. Vio lo del ascensor? Igual lo de esta niña es hermoso dijo la anciana. Ni que lo diga contesto Daniela, y dejó la valija al lado de la señora, me cuida esto por favor? Si mijita, si yo me quedo aquí paradita nomás. Bueno ya regreso, un segundito por favor. Y subió apurada por la escalera. La anciana acomodó la maleta grande y pesada sobre la pared a pesar de su espalda, para no interrumpir el paso por el pasillo y para que no se caiga y rompa algo mientras aquella valija estaba a su cuidado. Don Feliciano preguntó, esa valija es nuestra? No, vos cállate, es de la vecina. Bueno, contesto él y se regresó a su mundo.
Cuando Daniela estaba llegando al último piso del departamento, después de entrar a su casa y dejar la valija en el pasillo, mirando con un suspiro su casa, como despidiéndose, salió el caballero del departamento A, cargando su pesada y única valija. Daniela lo miró y lo interrumpió en seguida, hay pero qué lástima, va muy cargado Usted? No, va, no sé. Mire lo que es esto, pero la puedo ayudar con su valija si quiere. Le salió del alma, y Daniela, que no sabía perder el tiempo ni dejar de sacar ventaja de cualquier circunstancia le dijo que bueno, que la espere dos minutos entonces. Dejó su valija a un costado, sacó sus llaves de la cartera, entró en su casa, sacó la otra valija arrastrándola, es que había dejado la más grande y pesada para lo último, para cuando estuviese más cansada, para tener la suerte de que alguien la vea, se apiade y la ayude, y se la entregó al caballero del departamento A con un efusivo elogio, seguro que con su fuerza puede bajar las dos valijas juntas. Habría que verlo, todo flaquito y bigotón, incapaz de decirle que no a una mujer, cargando dos valijas inmensas, por diez pisos.
Aquí, en el tercero, le dijo Daniela a los gritos, aquí está bien. Muchas gracias por cuidarme la valija, le dijo a la anciana esposa de Don Feliciano. Al ratito llegó el caballero del departamento A. Dejó la valija a un costado y los tres se quedaron en silencio. Esperando en la puerta del departamento de Matilde. Un silencio largo e incómodo, pero que ninguno cuestionó. Cuando el vecino de Matilde, un hombre barbudo llamado Ariel vio aquella escena, se sonrió desprolijo, y pasó sin decir una sola palabra al respecto. Lo que no le faltó fue saludar afectuosamente a cada uno de los visitantes del pasillo. A las mujeres con un beso en le mano y a los hombres tomándolos de un hombro, intentando firmeza. La única que se sorprendió fue Daniela, a la esposa de Don Feliciano le agrado el gesto.
Ariel subió de inmediato por la escalera sabiendo que estaba llegando tarde. Matilde había esperado en el departamento de uno de sus amigos en el piso doce. Cuando se escucharon los últimos ruidos de maletas todos lo que estaban allí reunidos, y eran varios, salieron del departamento y se fueron para el piso trece. Matilde se desnudó despacio, había seleccionado cada prenda que tenía en función de cómo se vería al caer sobre el suelo, al dejarla desnuda. Matilde era una mujer maravillosa. Única en su especie.
La función comenzaba cuando llegase Ariel, y este corrió agitándose para no hacer esperar al público. Matilde lo escuchó llegar, y comenzó a moverse. Bailaba sin música, en el pasillo y los ojos que miraban alegres. Giraba sus manos y tocaba el suelo en reiteradas reverencias. Le acarició y beso el tobillo con dedos fríos a una de las mujeres que la miraba sin conocerla. Dio algunas vueltas con los brazos extendidos, hasta que terminó poniendo su frente en su rodilla izquierda, extendiendo su brazo derecho, con la palma hacia arriba, y el otro brazo sobre la cola.
Ella se quedó en esa posición, inmóvil, los demás comenzaron el murmullo, y a retirarse lentamente para el departamento del piso doce. El único que se quedó para mirarla fue Ariel, él estaba profundamente enamorado de ella. La miró vestirse, la esperó, y vio como pasaba a su lado sin siquiera prestarle atención. Pero con una sonrisa en la cara que curaba todos los males habidos y por haber.
Ariel la siguió y la acompañó al piso tres, caminando detrás de ella. Cuando llegaron estaban todos discutiendo, diciéndole a la mujer ausente que era una maleducada y una irrespetuosa, que no tenía ningún derecho a hacer cosas semejantes, ¿cómo prometerle el mismo departamento a tres familias diferentes? Que se piensa que somos, animales? Así hablaba la esposa de don Feliciano, el anciano del departamento B, del piso trece. Cuando ella entró todos contuvieron la voz, no podían creer que tuviese la cara para presentarse, y de tan buen humor. Ella se paró frente a la multitud y muy segura de sí misma les informó. Aquí, en esa misma puerta, es donde Ustedes vivirán y compartirán, para conocerse mejor. No es posible que después de tantos años en el mismo piso apenas se conozcan, y si es que se conocen, todavía no han convivido los tres. Yo ocuparé en el piso trece el departamento que Ustedes dispongan, eso no es problema, pero me quedaré con las llaves de los otros departamentos para garantizar que todos convivan en mi casa, que a partir de ahora es su casa. Y si alguno de Ustedes está pensando en que debí haberles avisado que estas eran las condiciones les informo, que si hubiese diálogo entre Ustedes esto no habría pasado, motivo por el cual era esta mi obligación y mi servicio. Tienen alguna pregunta para hacerme?
La que tomó la voz fue Daniela. Estaba indignada. La anciana echaba humo por las orejas, su esposo, Don Feliciano, estaba contento por estar rodeado de tanta gente, y el caballero del departamento A estaba feliz por ver a Matilde, siempre tan hermosa.
Al día siguiente, al despertar todos juntos, incluida Matilde, en el departamento del piso tres, tuvieron problemas para turnarse y usar el baño. Pero el desayuno fue una delicia. Esa misma tarde, con la conciencia tranquila, Matilde conoció a Sixto Solar.

jueves, 17 de junio de 2010

Siete


Una vez que Matilde conoció a Sixto Solar no se fue más de su casa. Tuvieron únicamente una conversación al respecto, y fue bastante corta por cierto, cuando terminaron de hacer por primera vez el amor. Ella se levantó de la cama, lo miró allí acostado y le soltó, sin ningún tipo de miramientos, yo quiero comprenderte, y estoy dispuesta a darte, por esa posibilidad, todo lo que tú puedas llegar a pedir de mí, no me importa en qué circunstancias, no me importa lo que eso implique, eso sí, a partir de ahora tu vida me pertenece. No tu alma, que tiene derecho a ser libre por siempre, pero tu vida será mía. Y esto te lo prometo, yo voy a hacer con ella tu felicidad. Pero vas a tener que cambiar las cortinas de la cocina.
Sixto Solar no le contestó, y se dio vueltas en la cama, para echarse a dormir. Matilde se vistió y salió a caminar por el cerro. Caminar le hacía bien, le permitía hablar con el sol, sentir la tierra debajo de sus pies, tener la mente en blanco y los pensamientos en paz. Fue a dar solo una vuelta de reconocimiento, y cuando regresó las cortinas no estaban. En su lugar Sixto había colocado unas polleras horribles, de todos colores, de origen momentáneamente incierto. Él estaba en la mesa, tallando unas maderas con un cuchillo, cuando ella entró se lo dijo sin apuro, esas son las polleras de la vecina, si pregunta le dices que son tuyas, o aprendes a vivir con las cortinas que teníamos antes.
¿Puedo arreglar tu jardín? Puedes hacer lo que quieras mientras tengas tiempo para mi cama. Eso es lo único que quieres de mi verdad?, y ese fue el momento en el que Sixto Solar dejó el cuchillo arriba de la mesa, despues la invitó a sentarse. Te voy a contar una historia.
Antes de nacer, mis padres habían tenido ya cuatro hijos, y el quinto fui yo. Tenían hijos porque eso se hacía en esa época, y después de cuidarlos el primer tiempo los dejaban que se arreglen solitos, mi madre cocinaba y lavaba, y hablaba con las vecinas, mi padre no trabajaba en el muelle, pero no era pescador. Pasaron muchos años en mi vida y de repente llegamos hasta aquí, con tigo sentada ahí, tratando de comprenderme. Quiero que lo sepas, tu jamás podrás comprenderme, aunque lo intentes. Pero hay algo que tienes que saber, yo si me he comprendido, y lo que vi me dio asco. No porque no pueda ser de otra manera, no porque no pueda cambiar, sencillamente porque debo soportar sobre mis hombros una existencia llena de pena y melancolía. Solamente por eso se me ha dado la posibilidad de comprenderme, para que sepa porque debo sufrir. Lo entiendes? No hay nada que tú puedas hacer para hacer que deje de ser quien soy, no hay nada que tú puedas darme que borre el olor a encierro que hay en estas paredes, incluso el perfume que puedas tirar, o la pintura que puedas comprar, nada de eso cambiará lo que aquí existe. Si puedes entender eso entonces te voy a explicar una cosa más, puedo compartir mi soledad con tigo no por lo que puedas hacerle a mí cama, sino porque tu puedes entender que no te daré más que mi soledad. He sido suficientemente claro?
Matilde, por primera vez en su vida, se quedó sin palabras, aunque eso le duró poco. Cuando reaccionó le dijo, parándose de una manera en extremo elegante, perfecto, está todo dicho, mañana pinto las paredes de la casa, pasado estaré comprendiéndote, y jamás intentaré cambiarte.

miércoles, 16 de junio de 2010

Ocho


En los primeros días que pasaron Matilde se dedicó a comprar las pinturas, respetando los colores que estaban, pintar las paredes, arreglar el jardín, y convencer a la vecina que esas polleras las tenía ella hace mil años. Esto último, sobre todo, fue bastante complicado, ya que la pollera tenía algunas marcas que su dueña original supo reconocer quitándose de encima toda posibilidad de dudar sobre el origen de las cortinas. Frente a esto Matilde hizo lo que mejor le salía, se quitó las polleras que tenía puestas y se las ofreció. Le dijo que ella insistía en que aquellas cortinas eran sus polleras, que si tanto le gustaban ella estaba dispuesta a darles otras polleras, pero no sus cortinas. Las polleras que Matilde usaba eran hermosas, y las cortinas horribles y viejas. La vecina se quedó atónita por el pequeño tamaño de la ropa interior de Matilde, y hasta se animó a preguntar, ¿así de chiquitas se usan ahora? Y aquello descontracturó la situación. Si, son mucho más cómodas en la parte de atrás, tienen mejor porte y a mí me gustan. Mire, estas polleras son hermosas, tómelas y haga de cuenta que esto paso, pero que pudimos ponernos de acuerdo, piense Usted que el universo ha hecho dos marcas de cigarrillo idénticas en polleras idénticas solo para que Usted, el día en que no encontró sus polleras, vea mis cortinas y obtenga estas polleras nuevas. Dígame si no es generoso el destino? Aquello le pareció hasta coherente a la vecina.
Debo confesar que antes de decir que si lo miró a Sixto, que miraba a las dos mujeres mientras hacía que leía un libro que, por supuesto, no le gustaba. La vecina recordó algo desagradable cuando lo vio a Sixto, pero después miró las piernas de Matilde y sonrió feliz por sus nuevas polleras. Pruébeselas. Aquí? Delante de Sixto? Si, si él ni mira, no se preocupe. Pero está mirando. Efectivamente, Sixto no le quitaba los ojos de encima a la vecina, la situación excitaba sus ganas de no leer aquel libro sobre la composición de los climas y los vientos en la Patagonia. Matilde insistió, la vecina que miraba a Sixto y sus pervertidos ojos, y después a Matilde, semidesnuda parada frente a ella. Casi sin saber porque ella se quitó la pollera, se puso la pollera nueva torpemente, y tanto fue así que casi se cae, entonces tomó las polleras que sae había quitado y salió apuradísima, como culpando a la casa. En cuanto llegó a su hogar y se encontró con su marido, que lejos de verla con sus viejas polleras de colores la vio con unas polleras nuevas, y eso después del escándalo que había armado en la casa, apelando a las buenas costumbres y la degeneradés de todos esos pescadores que no hablan. Su marido, por toda respuesta, escuchó, no preguntes, esa gente necesita las cortinas más que yo. Y su esposa que se fue para su habitación.
Pero volvamos a la casa de Sixto y Matilde. Ella estaba ahí parada, con la ventana abierta de fondo y la luz que entraba. Para la mirada de Sixto, aquella claridad transformaba a Matilde en una sombra. Ella extendió sus brazos y le pregunto, ¿qué? Ahora estoy seguro, jamás podrás comprenderme, no puedo permitir que eso pase, o dejaré de ver a mis vecinas desnudas. Ella, como primera reacción, llevo sus manos la cintura en clara señal de desaprobación de aquel comentario. Enojada salió, así como estaba, a seguir arreglando el jardín. Estaba, en ese momento, trasplantando las plantas de marihuana que Sixto Solar tenía para sus problemas de pena, y a eso se dedicÓ para odiarlo. La tierra absorbía la bronca de Matilde sin suerte, pero en cuanto ella dejó de masticar su orgullo, y pudo levantar la mirada, lo vio a Sixto, asomado por la ventana de las cortinas, con los dos codos sobre el marco, y una inmensa sonrisa. Ella lo miró y sonrió profundamente, con alegría, Sixto seguía ahí y sonreía más, y ella, que no pudo contener una pequeña carcajada, se acomodó el pelo y lo miró con ternura. Sixto Solar, en ese momento, le hizo un gesto con la pera, para que mire para atrás, para que comprendiese su sonrisa. Había cerca de catorce tipos asomados por la cerca, mirándola a Matilde con los ojos abiertos a más no poder. Cuando ella se dio cuenta de esta situación tiró con enojo un golpe al piso, levanto tierra del suelo, y a gritos histéricos empezó a tirarle barro a los mirones, insultando a sus esposas por tenerlos mal atendidos, insultando a sus penes por impotentes, manchando toda la calle hasta con piedras pequeñas. Sixto Solar estaba de puras sonrisas en la ventana. Cuando los mirones se fueron, y a uno se le había olvidado el sombrero en el patio de Sixto, Matilde levantó aquella boina, miró al hombre de su vida reír por primera vez en muchos años, entró a la casa caminando descalza, con la boina en la mano, e hicieron el amor allí, en la ventana, con Sixto Solar refregándole las polleras de vecina en la cara a Matilde.

martes, 15 de junio de 2010

Nueve


Ariel despertó con angustia en la garganta. Otra vez esos sueños extraños. Estaban en una de esas veredas sin nombre, él estaba de la mano con una mujer, y ella que le dice de correr hasta la esquina. Él le había dejado una ventaja de varios metros, pero en cuento empezó a correr no solo la alcanzó, sino que además le sacó como treinta pasos de ventaja. Cuando ella llegó a la esquina le preguntó, y tu sabes volar? Y ambos salieron volando de aquella esquina, usando algo que estaba en su pecho, una energía que conectaba todo lo existente, sobre el mundo en movimiento. Sin saber usaban sus manos, para evitar caerse, aleteando como si fueran pájaros, pero así y todo perdían altura, y volvían a usar su alma, para volar por fuera de sus cuerpos, para soñar que estaban juntos en los cielos. Llegó un momento en el que encontraron una reja, y de repente era ya de noche. Aunque lo intentaron no pudieron pasarle por encima, terminaron los dos agarrados con sus manos, tratando de treparla, de no caerse. Había personas ahí abajo, que les jalaban los pies, podía ser que estuvieran tratando de tirarlos, aunque podían estar pidiéndoles que se queden.
Pero ellos saltaron la reja, fue la intención y el peligro, y ya estaban allí, del otro lado. Era una pradera verde, y en el medio había una casa abandonada. Ella le preguntaba si sabía que era eso, y él podía mirar por dentro de la casa, pero no entraba, era un mirar con la existencia, la recorrió y le explicó, le decía que estaba vacía pero tenía muebles de madera, paredes de madera, y algunos gusanos y ratas dando vueltas por ahí. Ella le preguntó si sabía porque aquella casa estaba dominada por algo extraño, y él le contestó que tenía que preguntarle a aquel anciano que estaba a punto de aparecer. En ese momento, por detrás de la casa, había un caballero, adulto mayor, que tenía sobre su brazo, a una mujer un poco más vieja que él. Ella parecía pequeña, enrollada sobre su brazo, cuando vio que los estaban mirando ocultó su cabeza con una sábana y desapareció, aunque seguía estando allí Ariel no podía percibirla. Le preguntó al viejo que pasaba con aquella casa, y él le respondió que para los que creían nada, pero que para los que no sabían allí podía pasar cualquier cosa. Aquello era una prueba, si tú pudiste entrar es porque crees, y sabes que nada malo puede pasarte, pero si entras con dudas recibirás dudas. No tengo dudas ahora, le contestó, he venido volando hasta aquí. Sí, hay algunos que así llegan, viajan por los sueños, más adelante tendrás que llegar con tu cuerpo hasta aquí, y entonces veremos si tienes tanta seguridad como ahora, si estás aquí, hablando con migo, es porque algo tienes que enfrentar.
Así despertó Ariel, ya no queriendo estar en su cuerpo, deseando vivir en ese mundo de sueños. Pensó en la mujer que estaba con él, ella no era la mujer que él quería, era una que había querido hace mucho, y según imaginó ella le había contado, en aquel entonces, que tuvo un sueño idéntico al que él hubo de tener antes de despertar. Pero él ya no estaba con ella y en lugar de llamarla y preguntar se quedó encerrado, es que nunca entendió como funcionaban esos teléfonos, esas cartas sin papel, que siempre llegan en el momento correcto, deslizándose por pasillos misteriosos y sabios. Recordaba miles de películas en las cuales un mensaje viajaba por tubos de plástico que daban vueltas sobre sí, recorriendo para arriba y para los costados distancias irreconocibles hasta llegar, de una forma tan definitiva como inevitable, exactamente a donde tenían que estar. En esos momentos se preguntaba cuantas personas habrán querido decir lo mismo, con palabras e imágenes, con canciones y dramas, cuantos intentos por explicar lo inconmensurable, aquello que nos empieza a pasar cuando más lo necesitamos, esa conexión con una realidad que duerme detrás del mundo, y que algo ha tratado decir, algo que no hemos podido descifrar, por lo menos no hasta ahora.
Ariel se bañó y cambió inmediatamente. Llamó a Matilde al teléfono de Sixto, y atendió él. Quien habla? Ariel, busco a Matilde. Ella no está, y yo nunca le di este número de teléfono, cómo es que Usted tiene este número?. No lo sé, ella no me lo dijo, pero yo lo tengo anotado aquí, en mi agenda, dice Matilde, y yo llamo y me comunico con el teléfono en el que ella está, no sé muy bien cómo funciona, pero así como parece las cosas no tienen mucho sentido, excepto por el hecho de que Usted me está atendiendo en este momento, lo cual a mí me da mucha tranquilidad, una tranquilidad inmensa, gracias, muchas gracias, no sabe cúanto se lo agradezco.
Sixto Solar se quedó mirando el teléfono extrañado de aquello, no por lo de la agenda, sino por la forma desesperada en la que este tipo le agradecía, no había motivos para semejante teatro. Por su puesto le cortó sin siquiera recordar quién era. El teléfono siguió sonando, sin parar, pero para Sixto eso no implicaba molestia alguna. A los pocos segundos Ariel apareció y golpeó la puerta de la casa de Sixto, esté se paró y fue a abrir, y Ariel lo abrazó, gracias, gracias, no sabe Usted lo que le agradezco, es Usted un santo, gracias, no se imagina lo que Usted ha hecho por mí.
Bueno, calmate pibe. Buscás a Matilde? Si, yo la llame recién, y Usted me dijo que no estaba, pero igual necesitaría hablar con alguien, y si no le molesta, ya que vine hasta aquí. Sí, me molesta. Y Sixto se fue a sentar, continuaba estando allí, lamentando muchísimo haber obteniendo tantos peces, la próxima vez, cuando estuviese en el mar, sacaría lo mínimo indispensable para volver a pescar en el menor tiempo posible.
Es que la vida, insistió Ariel, se constituye sobre la muerte. Y es aquí donde vamos a tener un inmenso problema, Usted no pesca más de lo que puede comer, no es un asesino, pero lo que Usted se calla, lo que no habla, lo que no nos quiere decir, eso me está matando, y encima Matilde se ha enamorado de Usted, comprende lo que eso implica? Todas estas cosas que están pasando, sin lugar a dudas, nos hablan de algo que puede ocurrir. Mirá, y Sixto Solar le sirvió una taza de té pero lo dejó parado allí, en la puerta de la casa, sin invitarlo a pasar. Aquí existen infinidad de cosas. Existen los libros y los peces, existo yo y existe Usted, pero también existe la posibilidad de leer la propia historia por fuera de sí, esto es como saber que lo que nos pasa nos está sucediendo, haciendo existir, y esto es entregar los acontecimientos al devenir de los tiempos. Si Usted está aquí es porque eso tiene que hacer, seguramente notará que el hecho de que tenga una tasa de té pero no se siente en la mesa es un detalle hermoso, eso me lo quedo para mí, lo he hecho yo, pero nada de lo que le estoy diciendo me pertenece, todo lo que es hablado, cuando implicamos la existencia, puede decirse que es entregado, es aquello que solo en algunos momentos es sabido, solo cuando alguna persona acepta participar, cuando lo necesita, cuando no puede evitarlo, es decir que ni siquiera somos dueños de decidir cuando nos pasa. Simplemente disfrútelo, no ocurre muy a menudo, y ahora le está pasando a Usted, que Usted está aquí, cuando en realidad es imposible que Usted esté aquí. Así que Usted, en definitiva, no está aquí, es simplemente que esto todavía no paso, y cuando pase Usted no podrá llamarme, ni podrá venir a visitarme, y yo voy a estar sólo aquí, sabiendo que algo está pasando, pero sin saber que es aquello que está pasando, porque lo que va a estar pasando está pasando ahora, pero ahora no somos consientes de lo que implica lo que está pasando, porque nada nos falta, pero allá, donde existe lo imposible, esto sería la posibilidad de comprenderlo todo.
Ariel lo miró, lo estudió con la mirada, se tomo el té, y soltó la pregunta que no debe ser pronunciada. Donde quede estar acá? Y todo regresó a su lugar.

lunes, 14 de junio de 2010

Diez


Una vez desaparecida Matilde, Sixto Solar decidió comprobar su inexistencia, y se paró en el medio de la playa, con un texto escrito en puño y letra, en el cual hablaba sobre sí como con cierta distancia, como por fuera de su cuerpo. Lamentablemente nadie le prestó ni la menor atención, y aquello fue leído como para la brisa del mar, como para el agua, constantemente en movimiento, la única que no lo olvidaba, la que no se negaba a mojarle los pies.
Leyó desde el principio con su voz de todos los días, leyéndose para nadie.
Para Sixto Solar la pena implicaba la totalidad de su existencia, tanto era así que no tenía ganas siquiera de averiguar porque las personas no sabían que él seguía existiendo. Sabía, por el espejo de su casa, y el tacto, que su cuerpo era tan real como antes. Sabía por el dolor que podía sentir que el mundo era igual de real que antes. Sabia por la tristeza que todavía seguía vivo, lo que no sabía era que el mar, junto con Matilde, se habían llevado el recuerdo de su existir. Es que la memoria es inmensa, ese espacio desconocido y misterioso, en el cual se guardan las experiencias de la vida, y aveces,aparentemente, existía como unidad, entonces, para dejar mensajes que impliquen su existencia, se daba permiso para romper con las leyes de no intervención. El mundo es un recuerdo. Y aquí su voz se quebró.
En la medida que cada pie se despega del suelo para dar su siguiente paso un universo entero ha dejado de existir, y es encerrado en el pasado, para siempre recuerdo, y esto ocurre hasta por el más insignificante de los hombres sobre esta tierra. A su vez, el universo es siempre el mismo, pero nada dentro de sí puede mantenerse inmutable, siquiera por un segundo.
El mundo palabra, Sixto palabra, las cosas como fijación del lenguaje en eterno movimiento, y una palabra que fue borrada, que deja de existir para el resto de las palabras, el lenguaje ha reclamado para sí un nombre, y ese nombre soy yo. La irrealidad está compuesta por aquellas posibilidades de la realidad, lo que puede ser, la imaginación del mundo. El mundo es irreal. Y el ahora, tiempo presente, lo que está pasando, es forma, es lo que está cambiando, es lo que deja de existir en cuanto es pronunciado, es la efímera existencia de la palabra. La distancia que existe entre el ahora del mundo, constantemente desapareciendo y eterno, y el ahora inmutable del universo, donde ni siquiera el tiempo llega, donde la memoria y la fantasía son solamente palabras, es esto una distancia ambigua, inmensa, pero repleta de pasadizos por donde escuchar los ecos de aquel lugar.
Todo intento por definir al mundo en tanto mundo puede tener solo un objetivo exitoso, construir los martillos que derribarán la ceguera de los ojos que creen que lo que ven es todo lo que existe. Entre el mundo memoria, el mundo irreal, y la afirmación el mundo no existe, hay un factor en común. Eso era lo que tenía que resolver, pero para ello tenía que dejar de pensar en Matilde, o encontrarla.
Si tan solo alguien le hubiese explicado a este Sixto lo que tenía que hacer, si alguien le hubiese dicho que podía hacer esto, o aquello, o esto y aquello, si tan solo alguien me hubiese explicado que podía hacer lo que quisiera. Pero todavía existe un hecho, aun más tenebroso, Sixto Solar, en más de una oportunidad lo confesó, yo sé. Y eso implicaba, a pesar del amor que le fue regalado, a pesar de las puertas que habían sido abiertas, que todavía nada había sido escrito. Cualquier cosa podía pasar, si encuentro la manera de que alguien me escuche.
Creo que una vez, en un cuaderno perdido entre montones de ropa sucia, Sixto explicó la cuestión de la siguiente manera. Me permito reproducirlo en estas líneas con el objetivo de conseguir un poco de claridad sobre la cuestión. Debo aclarar que esto fue antes de que el mar se coma a Matilde.
La realidad es inconmensurable desde todos los puntos de vista, excepto desde su propia reflexión. Esa acción de la realidad reflexionándose sobre sí implica infinitas posibilidades, y aquello es la vida. Las infinitas posibilidades jamás comprenderán que la realidad implica lo posible y lo imposible, y que en su totalidad lo abarcará todo, de todas las maneras posibles. Jamás comprenderemos lo que esa frase implica. La vida es lo que es porque así debe ser. Y el mundo es el teatro de la realidad, lo que recuerda de sí, lo que tuvo que imaginar la realidad para que cada una de las posibilidades de reflexionarse existan. Para la vida el mundo aparece como la realidad. Para la vida la realidad no aparece, para la realidad la vida es huésped, para la realidad la vida es huésped, para la realidad el mundo es pensamiento, para el mundo la realidad no es un problema, simplemente es lo que es.
Todo esto estaba muy bien para Sixto, pero desde aquí puedo mirarlo de otra manera. Su historia implica un conjunto de posibilidades, evidentemente pensables para la realidad, en las que la realidad y la vida se conectan. La pregunta para Sixto estaba cerrada. Su historia era así, él no había elegido, él era así, y las consecuencias de aquello no podía predecirlas, siquiera esperarlas, ni se asomó a lo que efectivamente pasó. La pregunta es por la historia de Sixto, al margen de Sixto. Insisto, si es que logro escaparme del olvido.

Cuando terminó de leer estas palabras nadie había a su alrededor, y aquellos papeles fueron tirados al mar, mojándose y hundiéndose, borrándose para siempre. Sixto Solar pensó en la persistencia de la memoria, en su insistencia, sin saber para que quería seguir recordandole que existía. Se imaginó sostenido en el mundo, soñando que vivía, cayendose sin poder evitarlo, pero sin ser capaz de llegar al suelo, a los gusanos, al descanzo eterno.

Once

domingo, 13 de junio de 2010

Doce


Matilde había salido a dar una vuelta por la playa, le gustaba mirar a las personas, las historias que contaban con las ropas que usaban, con lo modos, tan acorde siempre con los paisajes y el clima. A ella le encantaba desencajar, no porque si, no era rebeldía barata, simplemente ella quería ser diferente, no estaba enojada con el mundo, ni lo miraba desde arriba, de hecho le encantaba que fuese así, tan fácil de desencajar, tan imposible de volverlo a poner en su lugar.
Pero la cuestión aquí no fue el paseo de Matilde, siquiera la conversación que tuvo con un viejo pescador de la zona, hombre de mucho dinero, dueño de embarcaciones, quien le ofreció, a pesar de su rectitud moral y su firme creencia en Dios y los santos y el día del juicio en el que los pescadores serán arrancados de esta tierra, dejar a toda su familia y sus posesiones en la costa e irse con ella a altamar a empezar otra vez. Según el caballero con un barco y algunos billetes él le daría la mejor vida que pudiese imaginar en cualquier puerto y la llevaría a recorrer el mundo. Matilde le contestó que deje de decir tonteras y que haga eso con su mujer, antes de que ambos se mueran sin siquiera saber porque se eligieron.
Pero yo insisto, aquel no era el tema de este relato, a pesar de que Matilde, diez minutos después de dejar al pescador decidió meterse en la iglesia de la zona y cuando vio a las mujeres arrodilladas, con las manos juntas, recitando padres nuestros y aves marías con fervor y devoción no pudo evitar juntárseles, y ella también se arrodilló, y resó junto a las señoras, y según se comentó durante mucho tiempo aquel rezo conmovió al Señor quien sabe por qué, pero todas las palomas empezaron a volar por el techo de la iglesia, desconcentrando a todo el mundo, y un rayo de sol entró justo por la ventana, apuntando a un costado de Matilde, como acompañándola sin tocarla, y todos hicieron gran escándalo, y ella, como si nada de esto pudiese afectar su concentración, siguió allí, orando sin mover la boca, con la frente bien en alto, con las señoras mirando consternadas, con el alma sin pena.
No son esas las historias de este cuento, sino lo que Sixto estaba haciendo mientras tanto, sentado en su casa, leyendo un libro sobre la ética de la geometría. Es que lo que Sixto hacía no tenía la relevancia o el encanto que derrochaba Matilde, muy por el contrario, aquel era un hombre torturado. Aquel libro, que pretendía de la justicia de las formas y la perfecta concordancia entre las propiedades de las figuras no interesaba ni en lo más mínimo al intelecto de Sixto, pero aquella lectura pesada, en la que las palabras se repetían sin que el buscase conectar mediante el sentido lo pronunciado por el texto, aquella forma de leer en la cual la conciencia se adormecía era un viaje por el cual el pensamiento se liberaba del texto, escapándose por la mismísima literatura, creando historias que nacían de leido, pero que rápidamente se emancipaban y recuperaban su propia libertad, haciendo de aquel arte inexistente un virtud inapreciada de Sixto Solar. Siquiera él mismo conocía las consecuencias que aquellos relatos tenían en su personalidad, es como si algo quedase escrito en él, de una manera que su personalidad no cambiase, pero que encarnizaba su encierro y su potestad sobre el mundo en el que reinaba.
Particularmente en ese momento, en el cual Matilde se daba a conocer con esa gracia y naturalidad por todo el cerro con fama de santa Sixto Solar conversaba con una situación acontecida muchos años atrás, casi en su primera infancia, en la cual él estaba sentado en el cordón de una vereda mirando mientras las niñas de su vecindad jugaban con todos los niños menos con él. En ese viaje Sixto Solar recorría el tiempo explicándole al recuerdo de esos niños porque él no podía jugar con ellos. No es que no quisiese, lo que pasaba era que todos ellos deberían cambiar un poco para entenderlo, y eso era saludable en cierta medida, porque todos los juegos deberían tener un espacio y personas, y en algún momento deberían sentarse y escucharlo en lugar de pensar que él era raro. Lo que pasaba era que allí sentado, así como él sentado leyendo y el libro, le gustaba más de jugar con lo que no pasaba. Allí Sixto les explicaba que la vida sería difícil para todos los que estaban presentes porque en ningún momento volverían a tener lo que Sixto les estaba quitando en ese momento, y eso era la capacidad de jugar y que todo lo demás desapareciese. Es que la imaginación de Sixto implicaba la posibilidad de representar aquella instancia, y que ellos eran allí, excluyéndolo sin prestarle atención, la posibilidad de que aquel momento vuelva a vivir muchos años después, en la memoria del niño sentado sobre el cordón de su propia infancia.
En ese momento Sixto notó con culpa que otra vez había perdido la lectura del libro. Ya no sabía en que estaba el relato, pero aquello tampoco le interesaba mucho. Prefirió, en lugar de seguir jugando con la memoria, ir a afeitarse. Y eso es lo verdaderamente importante para este relato, nada estaba pasando allí, era solamente él frente a un espejo, pero si Usted imagina el pequeño baño que Sixto tenía, con ese espejo desgastado, con la brocha gorda y la espuma de jabón recorriendo su cara, con los rasgos marcados del viejo Sixto estirando la pera sin abrir los labios, toda aquella escena tiene un interés estético, solamente porque Sixto Solar siempre se sentía hermoso cuando se afeitaba.

sábado, 12 de junio de 2010

Trece


Sixto Solar tenía un solo amigo, y su nombre era Enrique, se veían muy de vez en cuando, porque Enrique no vivía por allí, y cuando pasaba ocasionalmente tampoco tenía muchas ganas de visitarlo. Pero en aquella oportunidad hizo una excepción, tenía unos textos que quería compartir con él, para saber su opinión. A pesar de todo Sixto no dejaba de ser una visión particular sobre cualquier cosa, claro que lograr que lea el texto y se interese en el parecía una proeza, incluso para Enrique, su único amigo.
Llegó con una botella de Whisky, sabiendo que Sixto no bebía era un excelente regalo para él. Entró sin golpear al patio y para sorpresa suya se encontró con Matilde colgando las medias de Sixto para que se sequen al sol en una rama del árbol. Lo primero que hizo, y ya se hace una mala costumbre esto, como si las primeras cosas que las personas hicieran fuesen particularmente relevantes, fue sacarse el sombrero ante la belleza. Ella lo saludó con una sonrisa y le preguntó si podía ayudarle en algo, cuando Enrique contestó que estaba buscando a Sixto, que era un amigo suyo de muchos años, ella estalló de alegría, lo recibió como si fuera un rey, le tomó el sombrero y lo acompañó del brazo diciendole lo bienvenido que era, a Enrique aquella escena le pareció imposible, tanto es así que preguntó si realmente esa era la dirección de Sixto Solar.
Sixto estaba allí sentado, a penas levantó la vista de unos papeles que estaba leyendo sobre los óptimos alcanzados en curvas descendentes de productividad agropecuaria. Que hacés acá? Ha, entonces lo conocés, y como se te ocurre tratarlo así, si te molesta echalo, si te es indiferente no le contestes y seguí leyendo, pero el desprecio es inaceptable, sobre todo con una persona que dice ser amigo tuyo. Sixto Solar negó con la cabeza indignado por esa mujer despiadada, Enrique se quedó mirándola, desconociéndose. Venga, siéntese aquí, quiere que le sirva ese whisky que tiene ahí en el brazo, este no bebe, pero yo soy una excelente bebedora, si él quiere nos acompañaría con uno de esos cigarros que fuma cuando el libro que lee es suficientemente malo. Enrique miró el cenicero, miró el título del libro y como no vio ningún cigarro de ningún tipo tuvo que preguntar, ¿Qué puede ser peor que eso que está leyendo? Ahí vamos otra vez, se anticipó Matilde. En serio lo querés saber Enrique? Claro. Sixto Solar dejó los papeles que estaba leyendo suavemente sobre la mesa, se paró orgulloso, fue hasta la habitación, metió la mano debajo de la cama y tiró sobre la mesa, pesadamente, para que haga ruido y polvo, una guía telefónica del año 81, voy por la letra D, afirmó y ya que Ustedes van a beber yo voy a fumar y leer. Enrique recordó porque quería tanto a aquel pescador. Pero tuvo que interrumpirlo, esperá, antes quiero que leas unos papeles que tengo acá, es una historia buena, pero mi editor dice que no sirve porque no vende nada. No se qué hacer, me tenés que ayudar, estoy desesperado y quebrado, la última plata que tuve la gasté en venir hasta acá con este whisky, sos la única persona que me puede ayudar. En ese momento Matilde lo comprendió todo en un solo segundo. Sixto no la miró, pero se supo desnudo. Tomó los papeles y comenzó a leer, mientras tanto Matilde y Enrique se pusieron a beber.
El manuscrito estaba en pésimo estado, pero legible. Contaba la historia de una mujer que tuvo tres intentos fallidos de suicidio, y que cansada de fracasar, incluso en la tarea de matarse, pone un aviso en el diario pidiendo hombres que sufran por ella a cambio de sexo. A Sixto le llamó la atención el aviso de la mujer, buscó sufrimiento sanguíneo. Como de costumbre los hombres no estaban a la altura de las circunstancias, pero como ella no quería tener sexo con ellos, solamente quería sentir que tenía el poder de rechazar hombres, y quería verlos sufrir y llorar por ella, las situaciones se sucedieron entre escándalos en la vía pública y papelones varios. El relato de los acontecimientos era bueno, hasta que llegó el tipo este que en el texto sufre de verdad por ella, que la persigue como un psicótico, ella se enamora de él, y ahí, para Sixto, la novela se muere. El psicótico debería perseguirla y ella debería ser perversa, hasta culminar en una tragedia. Pero el libro se concentraba en una historia de amor en la que las personas terminaban felices.
Cuando Sixto terminó de leer Matilde y Enrique estaban borrachos. Ella fue la que se dio cuenta de que había terminado de leer, Enrique estaba enamorado de las piernas de Matilde, y de su manera de hablarle, así que se había olvidado del texto y de Sixto y del resto del mundo por fuera de esa mujer. Que hará ella con Sixto se preguntó, y volvió a prestar atención a lo que estaba pasando allí. Sixto fue muy sincero, tu editor rechazó los papeles porque es un tipo de oficina sin hambre, vio las hojas todas sucias, rotas, con manchas de valla a saber qué y te dijo que no sin leerlas, para sacarte de encima, seguramente hasta le debes plata. Y era cierto. La historia no es buena, si ella fuera perversa y él un psicótico, y él la persigue y ella se niega y no pueden salir de ese esquema hasta que la tragedia ocurre entonces sería una buena historia, pero así como está es una novela solamente para vender libros. Enrique, lejos de enojarse, se puso feliz al saber que su editor era un idiota. Y qué hago? No tengo quien la edite. Por primera vez Sixto Solar comprendió la utilidad de Matilde, y para que había llegado ella hasta él. Sixto fue a buscar otra vez a su habitación, sacó un fajo de billetes que Matilde no sabía que existía, los contó y se los dio a Matilde. Tomá, que él no toque ni un centavo, vos ocupate de que venda muchos libros, que te muestre los lugares que él conoce, las imprentas, le haces dos mil ejemplares, y después los dejas todos juntos en la esquina de nueve de Julio y Santa fe, uno encima del otro.
Matilde lo miró con ganas de hacerle el amor delante de Enrique, tomó el dinero y lo guardó, primero vamos a terminar la botella y después nos vamos para Argentina.

En cuanto subieron al Micro, y dado que obviamente Sixto no fue a despedirlos es relevante el hecho de que Matilde eligiese ese momento para hablar con Enrique, la conversación apareció en toda su magnitud, directa y concisa, de frente y con todas las letras. Matilde le dijo a Enrique, mirá, voy a ser muy clara con tigo sobre una situación, yo elegí estar con Sixto, y soy una mujer libre, eso quiere decir que no hay nada que tu puedas hacer o decir para violentar mi libertad, incluso la violencia no te serviría, pero eso me gustaría que lo intentes si es que eres de esos tipos, por lo demás ningúna de tus palabras, ni nada de lo que puedas llegar a hacer puede lograr que yo cambie una decisión a la que le he puesto mi vida. Desde ese punto de vista te propongo que intentes, si es que he lido bien tus ojos, seducir mi alma, pero que ni intentes acercarte a mi cuerpo o a mi corazón, porque quiero disfrutar de este viaje. Para hacer más económico este asunto vamos a compartir habitación, puedes mirarme todo lo que quieras, hasta puedes espiarme si eso te hace feliz, pero no puedes insinuarte de ninguna manera, ni pretender nada, y si no puedes evitarlo, si es más fuerte que tú, entonces habla con migo, y yo te partiré el corazón como nunca te lo han partido en tu vida, si eres de esos entonces me caerás bien. Pero como te veo eres de los que prefieren hablar mucho, espiar un poco, y masturbarse para fantasear después. Entonces, lo que te propongo, para hacer este viaje más ameno, es que me cuentes alguna historia, y si quieres mantener mi atención, mejor que sea buena, porque si no es así me quedaré dormida y todo el viaje transcurrirá en la monotonía y la profesionalidad de quien hace lo que tiene que hacer. Pero si por algún motivo, lo que tú me cuentas, si te decides a hablar, logra conmoverme o darme algo que yo no sepa, entonces todo puede pasar. Excepto lo que ya te he dicho que no pasará bajo ninguna circunstancia. He sido clara?
Enrique escuchó cada palabra. Estas mujeres no existen, se lo repetía una y otra vez. A alguien así no vale la pena mentirle. Y decidió contarle una historia. Una vez conocí a un boxeador, era un hombre que me confesó haber pegado trompadas y sentir el dolor del otro en el alma. Y Enrique se dio media vuelta y hecho ha dormir. Aquello había sido como devolver las cosas a su lugar, no podía permitirle a esa mujer que tome el control de la situación así como así. En la cabeza de Matilde los puntos de atención fueron moviéndose, primero pensó en la persona, como es regular, aquella respuesta le daba la pauta de que había comprendido perfectamente lo que estaban haciendo mientras solucionaban el problema del libro, eso hablaba bien de él. Lo mostraba capaz de notar lo que Matilde hacía con las palabras e incluso de responder, y la respuesta fue breve, pero suficiente. Aquello implicaba todo un tema amplísimo, presentado de la manera correcta, abiertamente, para que Matilde lo recorra por donde guste y si no quería recorrerlo y quería pasar a otra cosa también podía hacerlo, no era prepotente como una conversación, que implica líneas de pensamientos y puntos de atención preconcebidos. El problema era que Matilde pensaba en él y no en el boxeador, aquellos temas los tenía suficientemente resueltos. Todo lo que existe es lo mismo, no lo sabemos, pero a veces, para darle una explicación a alguien, esas cosas pasan, y aquello que sucede desde allí para acá circula de lengua en lengua. Así estaban las cosas desde hacia un tiempo, y las personas como Matilde, incapaces de permitir que todo lo que ocurra venga de afuera, se tomaron muy a pecho todo esto y comenzaron a hacer suceder, planteando el concepto de situación. Este hombre habló de lo que hacemos. Es un degenerado, si alguien llegase a pronunciarlo dejaría de existir. También Matilde se echó a dormir.
En cuanto llegaron a destino, fueron incontables horas en micro, bajar en un lugar, sacar pasajes, ir a alguna posada barata, comer, hablar sobre cualquier cosa, dormir un poco, bañarse Matilde, contenerse Enrique, cambiarse dentro del baño, salir hermosa pero vestida, descansar un rato, no hablar al respecto, y estar en la terminal suficientemente temprano como para no ser puntuales ni perder el micro. Estando en el segundo micro camino a Buenos Aires Enrique se puso a leer y Matilde se puso a dormir. A pesar de eso estaban hablando, Matilde estaba sugiriendo que lo que Enrique le había dicho no le alcanzaba, no lo estaba haciendo en forma calculadora, simplemente el resultado de aquella frase había planteado un distancia necesaria, un encierro en el silencio. Matilde no lo notó, simplemente no tenía ganas de hablar. Pero para Enrique aquello implicaba dos cosas, o el silencio estaba existiendo como suceso previo a algún estallido, o ella se había quedado allí. Lo segundo le preocupaba, necesitaba a esa mujer alegre y poderosa, la necesitaba para que lo del libro salga. No la conocía lo suficiente como para decidirlo, por lo general las mujeres son así, pueden morirse de un segundo al otro y hasta no renacer jamás, pero a él le gustaba la idea de que Matilde fuese de esas mujeres que no existen, esa idea de que, de tanto en tanto, a parecen seres humanos extraordinarios que son capaces de hacer cualquier cosa. Desde allí pensó en el libro, pero aquello le pareció pequeño, y luego notó que ya no tenía siquiera cigarrillos, entonces lo del libro le pareció importante otra vez. En ese momento sonrió, es increíble como la plata nos dice hasta en que podemos pensar, este mundo nos va a destruir a todos si seguimos así.
Cuando llegaron a Buenos Aires, como si fuese una niña de cuatro años, Matilde renació en un solo segundo, lo mandó a Enrique a que busque los bolsos y volvió con dos bebidas y salchichas, miraba todo con ojos de novedad. Cuando terminaron de comer Enrique tuvo que pedirle que le compre cigarrillos, y para su sorpresa Matilde le dijo que no. Te quiero desesperado. Eso es lo mejor. Cuando comenzaron a caminar Matilde iba repleta, y enrique tocándose la cara muy seguido, metiéndose las manos en los bolsillos, mirando a toda la gente como si notasen que su ropa estaba demasiado sucia. Cuando estaban a punto de cruzar la calle un niño se les acercó, tenía unos doce años, iba a ponerle cara de pobre a Matilde para pedirle una moneda, pero Enrique lo cruzó en el camino y le dijo, vos, dame una moneda. El niño se rió, no tengo le dijo, y se volvió a reír, por favor necesito comprar cigarrillos, estoy desesperado, dame una moneda, si Ustedes tienen, están llenos de monedas, son millonarios casi, el niño se rió, le dio diez centavos y salió corriendo, después de dar un par de pasos, se dio vuelta, Enrique estaba todavía mirando la moneda de diez centavos y pensando que ni un cigarrillo suelto compraba con eso, pero que si buscaba en sus bolsillos quizás algo podría encontrar, y el niño a un par de metros de distancia le gritó, viejo puto, y lo saludo con la mano, como si estuviese contento. Enrique le contestó a los gritos, no me alcanza, estirando el cuello para verlo, y el niño, antes de salir corriendo le devolvió, jodete. A todo esto Matilde estaba feliz de haberse encontrado con Buenos Aires.
Viste, aquí es otra cosa, el movimiento, la cantidad de gente, lo que puede pasar, esto es hermoso. Henrique y Matilde volvieron a hablar sin parar, sin decirse nada importante, pero hablando de todo. Enrique la llevó con unos amigos, tuvieron que copiar letra por letra el texto a digital, y después de ahí se fueron para la imprenta, allí Matilde entró como si el mundo entero fuese suyo, habló con un tipo que no dejó de decirle a todo que si, ella le preguntó cuánto le salía hacer esa cantidad de libros en ese tiempo, él le hizo un número demasiado bajo en tiempo y plata, ella le puso todos los billetes sobre la mesa, le sonrió y le dijo corra, que estamos apurados. A los cuatro días los libros estaban en la esquina y Matilde en la casa de Sixto. Si aquello le sirvió o no a Enrique a nadie le importa.

viernes, 11 de junio de 2010

Catorce


Pasaron los días y Matilde regresó de hacer las compras en el almacén de la Sra. Viviana, cuando llegó al patio de Sixto se encontró con que allí había una multitud de hombres, discutiendo acaloradamente, con Sixto Solar apoyado en la ventana, comiendo una manzana. Matilde tuvo que pasar pidiendo permiso, y las personas de allí no solo no le prestaban atención, ni daban el permiso correspondiente a una dama, sino que además la empujaban de un lado para el otro, sin quererlo pero con cierta indignación. Cuando Matilde entró a la casa se quedó a un costado de Sixto, esperando las explicaciones correspondientes al caso, y Sixto, en lugar de contarle lo que había pasado se puso a discutir con ella, pidiéndole los lugares a los que había ido, queriendo saber con quién había estado, de quién había hablado y para qué. Sixto Solar muerde la manzana. Matilde, sin darle explicaciones, va hasta el baño, carga un balde con agua y lo vota sobre Sixto Solar, cuando dejó caer la última gota sobre la cabeza de un hombre indefenso lo tomó de la oreja y devolvió a la ventana, donde Sixto siguió comiendo su manzana, mirando la pelea que se estaba armando.
Todo hubiera terminado en violencia si Matilde no hubiera intervenido. Tuvo que salir apurada, casi corriendo, a buscar por los alrededores, a todas las mujeres de aquellos hombres, tardó tres minutos cuarenta y dos segundos, y un conjunto de esposas, con repasadores en las manos, empezaron a golpear a todos esos hombres desenfrenados, a algunos hasta los patearon, y a otros los agarraron del brazo y se los llevaron para reprenderlos en la tranquilidad del hogar. Cuando todo esto estuvo resuelto Matilde se quedó en el medio del patio, mirando a los maridos golpeados regresar a sus casas, pero sobre todo esperando, y dos minutos cuarenta y tres segundos después todas las mujeres regresaron al patio de Sixto Solar, para discutir con Matilde sobre la necesidad de evitar aquellos incidentes, primero lo hacían en buenos términos, tratando de dialogar, pero muy de a poco las conversaciones empezaron a subir en el tono. Tanto fue así que las mujeres empezaron a culpar primero a Matilde, y después entre ellas, haciendo cada vez gritos más altos, gestos más efusivos, bailes desaforados, rodillas al viento, y todo se hubiera ido a las manos, y mujeres tirándose de los pelos, si montones de niños y niñas no hubieran entrado en aquel patio, con muchísimos juguetes en sus manos, tirando de las polleras de sus madres, exigiendo cariño, atención y sobre todo comida. Las madres fueron llevadas a la fuerza a las casas, y unos pocos segundos después se veían las ventanas de las cocinas con madres lavando para preparar las cocinas, chimeneas con humo, hombres preparando las mesas y Matilde todavía ahí parada, en el medio del patio, dándole la espalda al Sixto mojado, que estaba en la ventana comiendo su manzana. Pasaron tres minutos y los niños y niñas regresaron al patio, para saludar a Matilde, la única mujer sin una sola hija para alimentar. Se pusieron a jugar festejando la victoria de Matilde, y entraron a la casa, y tomaron a Sixto de los pantalones, y lo llevaron al patio junto a Matilde que estaba ofendida y cruzada de brazos, con montones de niños y niñas saltando alrededor de ella. Sixto tiró al piso el cabo de la manzana, se quitó la gorra, tomó del hombro a Matilde, la acercó contra su cuerpo y la besó para despertar la algarabía de los niños y niñas que festejaban la llegada de las próximas compañeras de juegos.
Desde ese día Sixto Solar y Matilde Centurión pasaron una semana entera encerrados en la habitación, intentando procrear. Los vecinos se habían ocupado de dejar canastos con frutas y vinos en el interior de la casa y agua en botellas de vidrio, para después clavar todas las puertas y ventanas desde afuera, con largos clavos, con las mejores maderas que tenían, dejando todo clausurado a la descendencia. Habían pasado cuatro días y Matilde se encontró con que Sixto estaba atorado en la chimenea, casi logrando escapar, desnudo y flaco como era, con todo el cerro alrededor de la casa mirando y riendo, dos vecinos en los techos tratando de sacarlo y unas mujeres tirándoles piedras para evitar que tengan éxito. Matilde, desde dentro, intentaba darle en los testículos con el palo de la escoba, para obligarlo a bajar. Y tuvo éxito. En cuanto estuvo ya dentro de la casa, frustrado y derrotado, Matilde lo llevó para la ducha, le sacó todo el hollín que tenía sobre el cuerpo, le puso calzoncillos, y lo acostó en la cama, para meterse dentro e intentarlo nuevamente.
La semana terminó, y por supuesto el proceso de retirar las maderas de la casa no solo era más lento y realizado por menos personas, sino que solamente se quitaron las que obstruían la puerta, y el resto se lo dejaron a Sixto, que cuando escuchó aquel esperado sonido que anunciaba la libertad y su regreso al mar salió desnudo al patio, y se abrazó con los vecinos, besándolos en ambos lados de la cara, tras él apareció Sixto, ya vestido con una elegante camisa a cuadros, y un pantalón de vestir y unos zapatos. Luego apareció Matilde, tapada con un cubre camas que le daba vueltas hasta sus senos, dejando al aire libre sus hermosos hombros, pidiéndole a los gritos que regresara a terminar lo que había comenzado. Pero ninguno de los dos Sixtos quiso hacerle caso.
Al día siguiente aparecieron dos de las vecinas embarazadas, y con grandes pansas, dejando quesos en la mesa de Matilde en señal de agradecimiento, y saludando sus esposos a Sixto Solar, estrechándole cada uno una de sus manos. Matilde estaba amasando pan y justo en ese momento no tuvo tiempo para quitarse los ruleros.
Al día siguiente Sixto partió al mar, para traer menos peces que la última vez, con la satisfacción de haber cumplido con el deber de hombre. En el mar meditó seriamente sobre las constelaciones y las estrellas, vistas desde su pequeño barco, con Sixto tapado hasta el cuello por una manta abrigada, parecían lunares que aparecían y dejaban de existir.
Al regresar las dos niñas habían nacido. Sixto y Matilde fueron a felicitar a las familias, y les devolvieron los quesos que les habían entregado, cumpliendo con el ritual de concepción parto y nacimiento, de las niñas hijas del mar.
A los dos día las niñas tenían diez años, esa misma noche tenían veinte cada una, mientras se levantaban y salían a la calle para encontrarse las dos eran ancianas. Esa misma noche fue el funeral y todos estaban allí.

jueves, 10 de junio de 2010

Quince


Solo a veces, las cosas eran diferentes. Por ejemplo aquella noche. Sixto estaba sentado afuera, haciendo que miraba la luna, fumando uno de esos cigarrillos de marihuana que a veces le gustaban, con la espalda apoyada en un árbol, viajando por su cuerpo, sin pensamientos. Mientras tanto, dentro de la casa, estaba Matilde, preparando una carta que había escrito con cuatrocientas copias para ser repartidas a todos los vecinos informándoles el hecho lamentable de que todos morirán, e informándoles también, el hecho aun más lamentable, de tener que enfrentar antes la vejez, y diciéndoles también, aun más lamentable por cierto, que antes de que todo eso ocurra primero tendrían que encontrarse con la noche que llegará al final de este día y ser capaces de conciliar el sueño, aun sabiendo que la inmensa noche que los mira por la ventana podría ser la vejez y la muerte, servidas como un vaso de vino para un solo trago. Ella disfrutó mucho aquella idea, pero cuando lo vio allí a Sixto y recordó lo que la carta decía tuvo en su garganta un nudo, y en su corazón un poco de angustia.
Matilde salió y se sentó junto a él, acompañándolo en silencio. Sixto le ofreció de fumar, pero Matilde no aceptó, en lugar de eso apoyó su cabeza en el hombro de Sixto y fue feliz y plena por ese instante. Acto seguido Sixto comenzó a hablarle de sí, cosa que nunca hacía.
Mi problema es que nunca aprendí a hablar, sabes tú la carga que implica saber que algo puede ser dicho y no saber cómo explicarlo? Nunca supe cómo hablar con las personas que tenía a mi lado, es que hay cosas que nosotros no podemos dar. No se le puede imponer a la otra persona la necesidad de aprender, aunque el otro esté pasando por el agujero más grande y tú sepas que existe la salida y le digas donde queda esas cosas no las puedes explicar, porque la otra persona no lo puede obtener de ti, sino de su propia vida. Lo mucho que se puede hacer es acompañar, estar allí, pero no mucho más. Se puede dar algo, y depende ya del otro que haga con eso. De hecho, y esto es lo más peligroso de todo, lo que tendríamos que hacer es indicarles a las personas que tienen que ir hasta ese agujero, porque no es lo mismo si uno se cae allí que si se mete, y transitar por la planicie una vida entera nos estanca, esa es una gran diferencia, por lo menos a la hora de ver como se sale y con que se sale. Pero claro, si tú no sabes hablar, y encima lo único que puedes hacer es decirle a alguien que lo que tiene no vale nada, y eso solamente para que encuentre algo más, sin siquiera saber si eso es necesario, entonces caes en la cuenta de que lo único que podemos hacer por el otro es destruirlo. Eso es terrible. Lo único que podemos hacer por nosotros mismos es destruirnos. Y desde allí volver a nacer. Y una vez que eso está hecho? Quien pudiera tener la capacidad de volver a hacerlo… Somos tan necios que la humildad para volver a intentarlo se marchita y muere en un abrir y cerrar de ojos. Te das cuenta de lo que te digo? A ti por ejemplo, quién sabe que puedas obtener de estas palabras, quién sabe siquiera si eran para ti, las escuchas porque soy yo quien las pronuncia, y tú me quieres, entonces por el hecho de quererme tu te estás exponiendo a escuchar lo que yo pueda decir. Haces mal en querer a alguien que no sabe hablar, es ese el peor error de todos. Porque si no supiese siquiera que hablar es posible sería otra cosa, haría ruido con la boca, sin pronunciar nada, pero sabiendo que se puede hablar, pero haciéndolo mal, lo único que hago es lograr que el tiempo se pierda en mí, se desencuentre, y quien soy yo para romper el equilibrio del tiempo? Lewis Carroll dijo que el tiempo es muy suyo para perderse, lo que él no sabía es que el tiempo a veces intenta viajar por las personas para explicarse, es allí donde el tiempo se pierde, por nuestra ignorancia. Por ejemplo, piensa que todo aquello que yo pronuncié, aunque este mal dicho y tú lo escuches, en última instancia, aunque te deje lejos, te da la consideración de que estás en algún lado, y si pienso así cualquier cosa puede ser dicha, y si no pienso así entonces no debería hablar hasta que ocurra lo imposible. Pero si lo piensas de otra manera todas las personas necesitan ser escuchadas, y todas las personas necesitan compartir sus dudas, y ese es el derecho a la palabra, pero en mi caso, es que yo Matilde, estoy maldito. Jamás podré hablarte de mis dudas, solamente puedo hablar de lo que ya no existe, de lo que yo he sido, pero jamás de lo que soy. Te das cuenta? Tú, en este momento, a pesar de que crees que estás conociendo algo de mí solamente estás viajando en el tiempo, estás hablando con alguien que ya no está aquí, estás hablando con los muertos. Dime si aquello no es triste.
Matilde escuchó atentamente, y cuando Sixto terminó le dijo algo que él ya sabía, incluso algo que él comprendía, pero que todavía no practicaba, todavía él no era eso. Lo que Matilde le dijo fue lo siguiente. Mientras tú hablas haces que estemos aquí, para que yo sepa tu sufres. Tú podrías hablar y estar desde la paz, pero eso no es para ti, nunca lo elegiste, porque las personas a tu alrededor entienden de dolor, y entonces tú tienes que hablar desde el dolor. Lo que nunca tienes que perder de vista es el instante que creas, lo que haces existir. Y le beso la mejilla. Estuvo a punto de decirle que lo amaba, pero decidió pensarlo, para que supiese que era de verdad.
Sixto Solar abrazó a Matilde, para no usar las palabras, siempre incapaces de decir sentimientos. Se quedaron allí toda la noche, ella se durmió, y él le dijo yo también, mientras dormía.