jueves, 17 de junio de 2010

Siete


Una vez que Matilde conoció a Sixto Solar no se fue más de su casa. Tuvieron únicamente una conversación al respecto, y fue bastante corta por cierto, cuando terminaron de hacer por primera vez el amor. Ella se levantó de la cama, lo miró allí acostado y le soltó, sin ningún tipo de miramientos, yo quiero comprenderte, y estoy dispuesta a darte, por esa posibilidad, todo lo que tú puedas llegar a pedir de mí, no me importa en qué circunstancias, no me importa lo que eso implique, eso sí, a partir de ahora tu vida me pertenece. No tu alma, que tiene derecho a ser libre por siempre, pero tu vida será mía. Y esto te lo prometo, yo voy a hacer con ella tu felicidad. Pero vas a tener que cambiar las cortinas de la cocina.
Sixto Solar no le contestó, y se dio vueltas en la cama, para echarse a dormir. Matilde se vistió y salió a caminar por el cerro. Caminar le hacía bien, le permitía hablar con el sol, sentir la tierra debajo de sus pies, tener la mente en blanco y los pensamientos en paz. Fue a dar solo una vuelta de reconocimiento, y cuando regresó las cortinas no estaban. En su lugar Sixto había colocado unas polleras horribles, de todos colores, de origen momentáneamente incierto. Él estaba en la mesa, tallando unas maderas con un cuchillo, cuando ella entró se lo dijo sin apuro, esas son las polleras de la vecina, si pregunta le dices que son tuyas, o aprendes a vivir con las cortinas que teníamos antes.
¿Puedo arreglar tu jardín? Puedes hacer lo que quieras mientras tengas tiempo para mi cama. Eso es lo único que quieres de mi verdad?, y ese fue el momento en el que Sixto Solar dejó el cuchillo arriba de la mesa, despues la invitó a sentarse. Te voy a contar una historia.
Antes de nacer, mis padres habían tenido ya cuatro hijos, y el quinto fui yo. Tenían hijos porque eso se hacía en esa época, y después de cuidarlos el primer tiempo los dejaban que se arreglen solitos, mi madre cocinaba y lavaba, y hablaba con las vecinas, mi padre no trabajaba en el muelle, pero no era pescador. Pasaron muchos años en mi vida y de repente llegamos hasta aquí, con tigo sentada ahí, tratando de comprenderme. Quiero que lo sepas, tu jamás podrás comprenderme, aunque lo intentes. Pero hay algo que tienes que saber, yo si me he comprendido, y lo que vi me dio asco. No porque no pueda ser de otra manera, no porque no pueda cambiar, sencillamente porque debo soportar sobre mis hombros una existencia llena de pena y melancolía. Solamente por eso se me ha dado la posibilidad de comprenderme, para que sepa porque debo sufrir. Lo entiendes? No hay nada que tú puedas hacer para hacer que deje de ser quien soy, no hay nada que tú puedas darme que borre el olor a encierro que hay en estas paredes, incluso el perfume que puedas tirar, o la pintura que puedas comprar, nada de eso cambiará lo que aquí existe. Si puedes entender eso entonces te voy a explicar una cosa más, puedo compartir mi soledad con tigo no por lo que puedas hacerle a mí cama, sino porque tu puedes entender que no te daré más que mi soledad. He sido suficientemente claro?
Matilde, por primera vez en su vida, se quedó sin palabras, aunque eso le duró poco. Cuando reaccionó le dijo, parándose de una manera en extremo elegante, perfecto, está todo dicho, mañana pinto las paredes de la casa, pasado estaré comprendiéndote, y jamás intentaré cambiarte.

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