martes, 22 de junio de 2010

Dos


Tres tipos caminaban de la mano vestidos con trajes azules oscuros, corbatas negras, cinturones negros, camisa blanca y sin zapatos. El murmullo que generaban subía por los ascensores de los edificios y hacía que las viejas con delantales de cocinar salieran con las manos llenas de harina para hacer pan a los balcones. Siquiera los miraban, se dedicaban únicamente a hablar entre ellas sobre la insolencia de las mujeres que eran incapaces de vivir sus propias vidas y que no tenían otra cosa que hacer más que hablar de los demás, pero claro, aquello era casi a propósito. Usted sabe Matilde que a mí no me gustan estas cosas, le decía su vecina desde el balcón de al lado, pero yo siempre defiendo las buenas costumbres, y usar zapatos es algo elemental para nuestros impuestos. Piense por favor en el zapatero del pasaje uno, ese hombre lleva allí más de cincuenta años, mientras todos los hombres salían a seducir mujeres él se quedaba aprendiendo el oficio del querido maestro de tangos y vientos, el Felipe, lo hacían practicar por horas enteras, se quedaba sin dormir y sin comer, y todo eso para que estos tres caminen de la mano, y siendo hombres los tres. Yo no sé que estarán queriendo decir, pero el sexo, a demás de tener una función recreativa y continuadora de la especie sirve al placer y a la exploración de los sentidos, pero sobre todo tiene que hacer que la comunicación exista desde una intimidad que permita a las personas conocer como siente y piensa el otro, pero el sexo, así como el tomarse de la mano entre tres personas descalzas, debe hacerse en espacios no públicos, en la habitación, sobre todo en la cama, y sin las medias. Matilde la escuchaba sin mirarla, pensando en la inmensidad de autos que circulaban por las calles con personas adentro que no tenían que escuchar sobre revoluciones que atentaban contra los buenos zapateros que todavía eran vírgenes a los sesenta años de tanto darle a la enhebración de pequeños hilos para cocer gruesos cueros. Cuando la conversación la sorprendía, ella soltaba sin pensar esos lugares por los que ya había pasado, lo hacía con tanta soltura y seguridad que sus vecinas la miraban con odio cada vez que lo hacía, creían ellas que Matilde se pensaba más persona por no necesitar usar los prejuicios, los buenos prejuicios que las unían, para hablar. Esa mujer atenta contra todo lo que nos hace iguales, solía decirse por ahí. Matilde sabía que la miraban diferente, pero insistía en su posición casi como si estuviese haciéndole un bien a la humanidad entera, cuando se peinaba frente al espejo de madera del baño se decía muy segura, alguien tiene que hacerlo.
Mire, yo le voy a ser totalmente sincera, a mi me encanta que estos caballeros tengan la libertad suficiente como para andar así por la calle, porque no cualquiera se anima. Piense por favor en el tiempo y en la humedad que no nos deja que las polleras se sequen, si nunca nadie intentase que las cosas se rompan nunca Usted hubiese cambiado ese florero que tenía hace veinticuatro años en memoria del finado de su marido por ese hermoso velador que tiene ahora. No quiero decir con esto que los zapateros tengan que perder sus puestos de trabajo, pero eso de hacer cosas que a nosotras nos encuentren en los balcones, y sobre todo cuando implica sacar a la luz las sábanas, me parece que hace que los pajaros puedan volar, es como si nos pusiésemos a conversar sobre lo que haría falta para que yo esté diciendo todas estas cosas en este momento, ningún otro motivo nos haría estar aquí más que estos tres caballeros. Para mí quedan bonitos, están como pidiéndonos que hablemos de ellos, yo no me animaría a pedirlo. Y la vecina que sonreía por pura cortesía, se volvía como de prepo a sus propios pensamientos. Esta quien se cree que es, siempre haciendo que la gente piense mal de ella. Una que quiere ser una persona de bien, hacerle un servicio a su comunidad, y esta desgraciada que nos hace tener pensamientos horribles, siempre es lo mismo, ¿quién se cree que es para hacerme pensar? Esas opiniones son degeneradas, todo lo que puede estar bien está mal, como yo. Y todo lo que está al revés de nuestra hermosa y amada comunidad para ella está bien, y encima habla con tantas palabras que hasta parece que tiene la razón guardada en el bolsillo. Quiero decirle Matilde, que a mi parecer, estos caballeros están muy mal, y Usted también. Se sacó la harina de las manos, dio un fuerte golpe a la ventana al cerrarla y realizó un fuerte suspiro, como si hubiera hecho lo que la situación le mandaba. Todo sea por que me haya salido algo lindo, se decía. Espero no se ofendiera la Matilde, es tan maleducada a veces, que una cree que hace mal en quererle.

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